Bafici 2023. Canción sobre canción, de Fernando Arca.

La curiosidad y la paradoja. En una misma semana conviven dos proyectos relacionados con Fito Páez, con su vida y con su música. En el contexto del Bafici, un Festival gigante en caída libre, donde puede que haya que buscar con lupa pequeñas joyas, se asoma tímidamente con apenas cuarenta y cinco minutos Canción sobre canción, de Fernando Arca. En otra vereda, más comercial y ampulosa, Netflix ofrece ocho capítulos de una serie cuya principal ambición es reiterar los defectos de las recreaciones acerca de la vida de un músico: los personajes son versiones afectadas, se incluyen dramatizaciones horribles y la estética rancia remite a ciertas películas (como Tango feroz) guardadas en el museo del mal gusto y la exageración.

¿Cómo una película va directo al corazón con dos personas sentadas en el sillón de su casa conversando? Si las dos personas son Liliana Herrero y Horacio González se podría pensar que con solo poner una cámara basta, pero sería simplificar las cosas porque en Canción sobre canción hay varios niveles de enunciación que se entretejen de modo armónico, sin actitudes forzadas y partiendo de algo tan natural como una conversación. La excusa son las canciones de Fito que Liliana versiona de un modo tan hermoso como personal, de modo tal que una forma posible de goce pasa por escuchar las performances intercaladas. Luego están los diálogos entre Liliana y Horacio, dos modos de utilizar la palabra, dos maneras de gestualidad perfectamente ensambladas, donde las miradas y las pausas son tan importantes como aquello que se dice. Y también dos acercamientos a la obra de Páez. Liliana pone la emoción, Horacio se contiene y habla como filósofo. Liliana intuye, separa palabras, encapsula frases de las canciones, tira la piedra; Horacio conceptualiza y genera argumentos para pensar a Fito y a su música. Si eso de por sí ya constituye una delicia, más aún es advertir el código afectivo entre ambos, esos momentos donde las implicaturas conversacionales generan los momentos más emotivos: un abrazo, una mirada de compinches entre dos personas que se muestran como son, dos enamorados. Por una vez, un documental escenifica la intimidad sin el habitual narcisismo, confía en sus protagonistas, en la capacidad del habla para abordar temas profundos sin poses académicas ni tratados. Y esto se lo debemos no solo al gesto inteligente de Arca sino a la comunión entre Herrero y González, quienes son conscientes de ser filmados y no actúan para disimularlo. Por eso la película fluye en el tiempo justo mientras las canciones se ejecutan y luego se conversan. Las razones de Liliana son poéticas, las de Horacio las completan. Y ambos dan forma a un acercamiento emocional y reflexivo a la obra de Fito. En un momento, desde la más absoluta cotidianeidad e informalidad, González parece hallar esa idea clave que sobrevuela toda la carrera del músico: girar, no estarse quieto, rodar (y no se necesita citar a Derrida para lucirse). La tarea no es fácil porque hablan también de un amigo (de allí el esfuerzo muchas veces por elegir las palabras justas).

Frente a las más absurdas expresiones de la industria cultural, frente al furor y el vértigo de las plataformas, Canción sobre canción está ahí para quienes crean que siempre hay algo mejor más allá de la licuadora publicitaria de Netflix.

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