Bafici 2023. Terminal Young, de Lucía Seles

Una forma de subvertir parámetros narrativos; un modo de poner el mundo patas para arriba; una película coral que se resiste a mostrarse como un conjunto de voces y personajes armónicos; un desfasaje entre expectativa y realidad sostenido por diversos usos de la oralidad. Cada uno de estos elementos contribuye a una singular poética que cae como una nave extraterrestre al presente del cine argentino. Seles escribe frenéticamente y propone un método cuyo desquicio inicial da paso progresivamente a un mundo particular de personajes extraordinarios: la chica de Villa Elisa, el sanjuanino, la tenista, el contador, el garante, Luján, el dueño del club, la mamá del sanjuanino, Young, todas versiones de una neurosis urbana expresada en los cuerpos, en los gestos y en intercambios verbales que amagan con desembocar en la tercera guerra mundial, pero que finalmente continúan transitando por la vida inexplicablemente.

Seles corta el material fílmico como la tenista lo hace con las fotos que quiere pegar en las paredes de su departamento, fractura la historia en pedazos de espacio y tiempo allí donde no necesariamente lo esperamos, pero lo que en principio simula ser un block con mil anotaciones, cobra una forma más o menos orgánica donde interactúan varios niveles narrativos. Uno de ellos se manifiesta verbalmente a un costado del plano sustituyendo acaso la voz en off, dialogando con los personajes y con los espectadores, sacudiendo las normas del mismo modo que se desarticula la sintaxis de la película. Pero nada de esto se completa sin un anclaje en el humor y en el registro de una realidad reconocible de barrios bonaerenses, de lugares de reunión donde los personajes se juntan como si fueran atraídos paulatinamente por un imán.

La insubordinación que propone Seles a las convenciones no está lejos de la monomanía quijotesca: subvertir un mundo donde no hay posibilidad de ajustarse a una lógica, a un cumplimiento de reglas empaquetadas. Los deseos, los miedos, la necesidad de escapar a lo que todos llaman lo normal atraviesan los movimientos y las palabras de los personajes. No obstante, lejos de intelectualizar dicho ejercicio, se vive la experiencia como si estuviéramos ahí, compartimos su neurosis creativa, (como la cámara) inquietos, desde diferentes ángulos, descentrando la mirada permanentemente. Y si irrumpe la risa, nunca deja de ser transgresora, porque detrás de la misma se corre una cortina de horror difícil de precisar. Por momentos, si bien reconocemos cierta tradición transgresora de programas televisivos que hicieron historia, hay una densidad lingüística y gestual que coloca al mundo representado en una incomodidad propia del absurdo que ponen un signo de interrogación gigante en torno a la existencia (cada vez más vacía) de la humanidad.

Detonar la ficción. Privilegiar el montaje como irrupción. Desarmar cualquier idea de objetividad. Sostener los cuerpos en pantalla como si pendieran de un hilo o caminaran por la cornisa. La (in)soportable levedad del ser y residir en el mundo. Cada palabra que pongamos o agreguemos sobre Terminal Young atenta contra su continuo movimiento al infinito.

elcursodelcine

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