Miscelánea televisiva. Algunas ideas surgidas de tres series.

I-

No suelo mirar demasiadas series. Podría contar con los dedos de las manos aquellas a las cuales les he prestado mucha atención. No busco jactarme de nada con esta inocua declaración. Tampoco ponerme en el lugar despectivo del cinéfilo que mira desde arriba un formato que ha crecido notablemente en calidad y en cantidad. Para mí la cosa es muy simple. Las evito porque me sacan mucho tiempo para ver películas. Descarto inmediatamente otras que reiteran mecanismos narrativos o estrategias atmosféricas. A muchas las veo de reojo, y a otras las reveo porque las amo. En los últimos meses, y por diversos motivos, me planté frente a tres de ellas. Pero no son reseñas ni análisis pormenorizados los que se me ocurren. Más bien, algunas ideas sueltas. Aquí van.

II-

Queremos tanto a Carmela.

Volví sobre Los Soprano porque me di el gusto de compartir un Taller con gente que había visto sus seis temporadas y tenía necesidad de derramar entusiasmo. Todo lo que se dijo allí, de inestimable valor, quedará para otra oportunidad. Por lo pronto, hoy me acordé de uno de mis personajes favoritos, Carmela Soprano, interpretada magistralmente por Edie Falco.  Si Tony se distingue de la inmensa mayoría de los protagonistas televisivos en la medida en que su personaje es ambivalente, Carmela representa sin duda un paso adelante en la representación compleja de la mujer. Está lejos de ser una mera defensora pasiva de su poderoso marido. Pero quizá lo más importante es que no se la presenta como una heroína feminista, sino como un personaje con graves defectos que ha sido tan corrompido como cualquier otro por el entorno en el que vive (recomiendo al respecto un gran libro, Tony Soprano’s America Gangsters, de M. Keith-Booker y Isra Daraiseh) Bastan algunas escenas memorables para confirmarlo. Por ejemplo, en el episodio 8 de la segunda temporada (Full Leather Jacket, 5 de marzo de 2000), decide pedir a la hermana de su vecina, Jeannie Cusamano, que escriba una carta de apoyo a la solicitud de ingreso de Meadow Soprano a la Universidad de Georgetown, de la que es una prestigiosa ex alumna. Cuando la hermana se niega inicialmente a escribir la carta, Carmela le sugiere que quizá quiera reconsiderarlo si sabe lo que le conviene, luego de dejarle un pastel especialmente preparado. Más adelante, entre otras cosas, cobijará a su marido como un gatito luego de que éste venga de masacrar a uno, se tirará encima de él por un tapado de piel de dudosa procedencia y mandará a cagar a un psicoanalista que le sugiere dejar a Tony. Así es Carmela. Es la que mejor encarna las inestables identidades posmodernas que surgen del entorno de crisis cultural que impregna toda la serie, parece interesada en aprender sobre libros, siempre y cuando no tenga que leerlos. Una genial creación de David Chase, un eslabón más de una de las cinco mejores series de todos los tiempos.

III-

Ay, estos amores distópicos

Todo el mundo parece fascinado con Black Mirror, la famosa serie creada por Charlie Brooker. Particularmente rescato algunos episodios, me molestan tantas ideas recurrentes y me río de situaciones que, en la vida real (si es que queda algún vestigio de tal cosa), se exageran a más no poder. Parece ser que todo lo que ocurre en las series es considerado como verdad. Allí están algunos políticos de pacotilla citando escenas para justificar la insoportable levedad de su peso discursivo. No obstante, esto que cuento tiene que ver con una pareja a la que escuché en medio de una reunión social. Se trataba de dos cincuentones que estaban devastados porque habían visto un capítulo en el cual una pareja se estimulaba todas las noches con un chip que les dejaba recordar cómo cogían cuando eran jóvenes. Ese acto automático y constante les resolvía el problema del paso del tiempo y del acostumbramiento. La cuestión es que esta pareja estaba atormentada e imperiosamente con la necesidad de que ese chip se vendiera en algún lugar en un futuro no muy lejano para así poder alimentar la fantasía. Se me ocurrieron diez mil quinientos métodos para recomendarles, pero sólo atiné a sugerir que cerraran los ojos mientras lo hacían. De más está decir que me miraron y no me dirigieron más la palabra.

IV-

Bronca

Alguien comentó en otra de estas reuniones sociales acerca de un perfil en Instagram que le había llamado poderosamente la atención, y que para él, eso representaba el origen del mal. La persona que se describía daba cuenta de que sentía odio por el mundo y les deseaba lo peor a todos. Una reacción posible es demonizar, pagar con la misma moneda. Otra, pensar. Eso hicimos. Me acordé de una serie que está teniendo bastante éxito y que comencé por curiosidad para ver a dónde me llevaba, sin muchas expectativas. Se llama Bronca (Beef) y está protagonizada por dos coreanos, hombre y mujer, que quedan involucrados a partir de un incidente automovilístico en una especie de odio que irá creciendo con el desarrollo de la trama. Beef significa carne de res y es una forma que en inglés da cuenta del rencor que uno puede sentir hacia el otro. No son las acciones lo más interesante de la serie; tampoco sus golpes de efecto. Sí, lo que permanece fuera de campo por un buen rato (y que para muchos puede durar una vida sin develarse): el dolor. No hay bronca sin dolor, sin amor, sin dignidad, con exclusión, con tanto hijo de puta suelto. El guionista coreano Lee Sung Jin nos lleva por un paseo engañoso y adictivo, pero lo que valen son las preguntas, sobre todo una: ¿cuánta maldad somos capaces de hacer cuando guardamos desde años bronca y qué tan hechos mierda podemos quedar? La respuesta tal vez pueda encontrarse en la serie. Mientras tanto, entre las canciones que se escuchan, Morphine nos avisa Algún día habrá una cura para el dolor.

elcursodelcine

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *