The Wire, la serie que nunca pierde vigencia.

Hay múltiples formas de entrar a The Wire, la serie creada, escrita y dirigida por David Simon, periodista, escritor y productor de series, y Ed Burns, antiguo detective de la policía de Baltimore. Hay múltiples maneras de halago que podrían regalarse sin culpa para las cinco temporadas (emitidas desde el 2 de junio de 2002 al 9 de marzo de 2008) cuya espina dorsal es la investigación policial en Baltimore, Maryland, a cargo de la sección de Homicidios, pero que se abre hacia aristas sociales, políticas y económicas que dan escalofrío. Un poco (o bastante) parecido a los tiempos que corren. Estos son algunos extractos del último Taller dedicado a una de las mejores series de todos los tiempos, en «tiempos difíciles», como diría Dickens, gran inspirador para The Wire.

«Muchos han considerado a la serie como una novela visual que, como las grandes novelas contemporáneas, demanda tiempo, como si el ritmo fuera concebido a partir de un progreso dramático de trece horas de duración.

En este sentido, The Wire parece imitar la forma de la novela moderna, es decir coma enfocar las cosas desde puntos de vista distintos coma y escrita por autores que poco tienen que ver con la industria. Su filiación no es shakesperiana sino griega, o clásica: los protagonistas están marcados por el destino y se enfrentan a su radical condición de mortales. En una entrevista a David Simon hecha por el escritor Nick Hornsby, leemos: “La mente moderna, y, en particular la occidental, encuentra anticuado y algo desconcertante dicho fatalismo. Somos una tropa de post modernos que se auto realiza y se auto adora, por lo que la idea de que, a pesar de tantos medios, dinero y ocio como tenemos a nuestra disposición, seguimos siendo el juguete de unos dioses indiferentes, se nos antoja anticuada y supersticiosa.” Por ello, The Wire es una tragedia griega en la que el papel de las fuerzas olímpicas lo desempeñan las instituciones posmodernas y no los dioses antiguos. Esta tragedia griega del nuevo milenio escenifica el fracaso de quienes enfrentan a las instituciones y lo importante es que esta visión va a contrapelo de las ficciones narcotizantes, aquellas que hacen olvidar los sinsabores de una sociedad. La base, la motivación de la serie es de índole periodística- literaria.»

«La forma en la que está estructurada The Wire es similar a la ida y vuelta por la trama de una novela, con situaciones y personajes múltiples. Por ello, la idea de cableado habla también de una red de antagonismos que terminan implicados en un mismo estilo de vida o modus operandi. Es un trabajo de antropología urbana que puede ser visto como una novela, con sus tramas de poder, pero siempre para volver a su punto de partida, la calle y la experiencia diaria. La velocidad interna es similar a la de una novela y los personajes aparecen construidos tal como hemos acostumbrado a percibirlos en la literatura contemporánea: criaturas contradictorias e inconformistas. Entonces, ¿por qué apelar a los modos narrativos de la novela moderna? Porque si la ciudad es una sucesión de tensiones entre barrios degradados, barrios residenciales, barrios autistas y barrios en vías de extinción, la única forma de testimoniar es mediante una red policéntrica que incluye encuentros y centros fugaces. A diferencia de la tradición de relatos urbanos, aquí la realidad no pasa por los ojos de un personaje exclusivamente. Y en todo este cuadro, otro de los grandes aciertos de la serie es que les dedica tanto tiempo a los delincuentes como a los que velan por la ley. El narcotráfico aparece como una verdadera burocracia cuya jerarquía refleja sutilmente el Departamento de Policía.»

David Simon: “Es una serie que versa sobre la ciudad” “En su mejor versión, nuestras metrópolis son la suprema aspiración de la comunidad, las depositarias de los mitos y esperanzas de unas personas que se agarran a los lados de esa pirámide que es el capitalismo. En su peor versión (…) son recipientes de las contradicciones más oscuras y de la competencia más brutal que subyacen en la manera como convivimos o cómo no conseguimos convivir.”

Se trata de diseccionar las entrañas de una ciudad. Jorge Carrión, en The Wire: la red policéntrica, refiere; “Cada laberinto de intestinos y neurosis actúa, por metonimia, como representación del laberinto político, racial, social, económico, semiótico, religioso y pasional que es una metrópolis.”

Así, Baltimore se nos presenta como una ciudad gris, un monstruo puramente norteamericano de más de 600.000 habitantes. Hay una progresión espacial que va desde la esquina (como unidad mínima urbana) hasta el conjunto de la ciudad (como intersección en el mapa arterial de EE.UU.)

No olvidemos que la ciudad como tropos se ha convertido en la entidad espacial más reconocible después de nuestro cuerpo. El gran número de personajes y de cuerpos que coexisten en la serie convierten a Baltimore en una red con nudos y nodos, con tal grado de verosimilitud que, al final, parece que fuera nuestra. Es lo que logran los grandes relatos. La metrópolis como malla de circuitos entrecruzados, una superestructura ideológica y pasional, con sus comunidades (policías, jueces, fiscales, vagabundos, traficantes, periodistas, políticos, trabajadores portuarios, criminales griegos, alumnos y docentes). Y de todas estas comunidades, es la calle en la que se ve la capacidad de adaptación, supervivencia y superación, porque las otras parecen paralizadas por la ley, la inoperancia, la crisis económica, los reglamentos o los presupuestos; la calle, en cambio, es una especie de laboratorio donde constantemente se dan soluciones a los nuevos problemas (aunque sean despiadadas).»

David Simon: “The Wire describe un mundo en el que el capital ha triunfado por completo, la mano de obra ha quedado marginada y los intereses monetarios han comprado suficientes infraestructuras políticas para poder impedir su reforma. En un mundo en el que las reglas y los valores del libre mercado y el beneficio maximizado se confunden y diluyen en el marco social, un mundo en el que las instituciones pesan cada día más, y los seres humanos, menos.” El mundo va por un lado y la gente queda relegada en otro. Y si se advierte un tono sarcástico como desesperanzador es porque se necesitan relatos acordes a esta coyuntura intimidante.»

En la serie todo es poder. Los criminales no son los únicos objetivos ni los únicos implicados en las relaciones de poder, sino todos los miembros de la sociedad. Dice Sophie Fuggle: “Lo que emerge de la narración es una enredada maraña de burocracia y confusión con rivalidades personales y jerarquías, problemas de presupuesto y asuntos de protocolo que impiden que los diferentes departamentos trabajen juntos de manera efectiva.”

«Unas instituciones que son el instrumento del capitalismo salvaje para reducir a los disidentes: o los destruye y los margina de los centros de poder, o los engulle y los transforma en pacíficas ovejas que siguen al rebaño. Unas instituciones a las que sólo se derrota parcialmente con una ficción: la ficción «Hamsterdam» o ‘a ficción del asesino en serie que se inventan al mismo tiempo un policía y un periodista en la quinta y última temporada.

«Fuck the bosses!», le espeta McNulty a sus compañeros de unidad. Es el grito desesperado del outsider, del que no quiere sacrificar sus principios en aras del reconocimiento social, del rebelde sin causa incapaz de tener una vida propia más allá de su trabajo.»

«Una canción de Ice Cube que se llama What Can I Do? Comienza así: en cualquier país, la cárcel es el lugar al que la sociedad envía sus fracasos. Pero en este país es la sociedad misma la que está fracasando.” Habla de un traficante de drogas que al ser atrapado se pregunta cuáles son sus opciones fuera del juego.

La palabra game es clave en la serie. El juego adquiere muchos matices, sobre todo en la primera temporada. Ya en la primera escena de la serie, cuando se refiere el primer asesinato se habla de los chicos en las esquinas jugando a los dados. En principio, parece ser el azar lo que rige la vida en la calle, en las esquinas. No obstante, al mismo tiempo, nadie es libre de moverse y hacer lo que quiera, hay decisiones marcadas por límites reales y simbólicos. Como en los juegos.

No es casualidad que en el tercer capítulo aparezca la primera referencia al ajedrez y que más adelante, en el último capítulo de esta temporada enfatice aún más la idea del juego.»

«Decimos de The Wire que, más allá del drama, defiende las motivaciones de las personas que intentan salir adelante en una sociedad en las que las instituciones indiferentes tienen más derechos que los seres humanos. Su mirada a las instituciones, justamente, recuerda a Kafka; su humanismo a Dostoievski; y su mirada social a Dickens. Mucho de esto hay en la cuarta temporada, fundamental en la medida en que toca las entrañas del sistema, sobre todo a dos sectores claves para el funcionamiento del modelo social vigente: las escuelas (que deben formar a los futuros ciudadanos)  y los políticos (que deben trabajar para el pueblo).

Se la conoce como la temporada «sobre los niños». Y los niños -cuatro chicos que se abren camino hacia la madurez mientras hacen sus apariciones obligatorias en la escuela- eran tan atractivos como los gángsters que venden droga, los policías que persiguen a los gángsters y un muelle lleno de estibadores que beben hasta emborracharse.

En todos los retratos que se hacen de los adolescentes hay un dejo de tristeza y amargura, pero también de humano, un profundo humanismo que corrobora algo que, muchas veces, se quiere ocultar: las personas no nacen siendo criminales, suele haber un entorno criminal que dirige nuestras vidas y pocas veces nuestras decisiones son tomadas con libertad y plena conciencia. Estos niños están indefectiblemente atados aún por venir poco promisorio: familia, comunidad, sistema, no les ofrecen otra alternativa que será abandonados a su suerte. Todos ellos temen caer en una residencia social, siempre menos segura que una esquina.»

«La segunda temporada fue descripta por David Simon como un velatorio de doce episodios por la muerte del trabajo. Aquí también hay una ficción, una ilusión. Es la de Frank Sobotka, el testarudo jefe sindical: creer que el dinero que consigue sacando contenedores de contrabando de los muelles puede servir para salvar un modo de vida. Su obsesión es conseguir que se drague el Canal C&D para que vuelvan a entrar a Baltimore barcos más grandes. Es la única manera de salvar el puerto y el sindicato.»

«The Wire describe un mundo en el que la producción de riqueza, que antes dependía de la industria manufacturera y, por tanto, estaba sujeta en cierta medida a la fuerza de trabajo, ha sido sustituida en gran medida por un comercio de drogas que florece en las zonas urbanas marginadas de Baltimore. La solidaridad y el orgullo que acompañaban al trabajo industrial han sido sustituidos por la impotencia y la criminalidad del narcotráfico, en el que muchos no tienen más remedio que participar. Los estadounidenses que sobran para satisfacer las necesidades de una economía postindustrial se ven atraídos hacia el narcotráfico, que refleja el capitalismo «legítimo» en todos los sentidos en la descripción de The Wire, salvo las brutales consecuencias del fracaso para los que se encuentran en el lado equivocado de la división de la ley.»

elcursodelcine

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