38 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA. MATRIMONIOS Y ALGO MÁS.

Un pájaro azul, de Ariel Rotter, 2023, Argentina

Formar una pareja, tener una casa, buscar un hijo. Es parte de un combo que suele venderse como una cajita feliz, sin embargo, la distancia que existe entre las intenciones y la concreción puede transformarse en un camino largo y sinuoso. Cada uno de los tres segmentos de la película está encabezado por ideas modélicas: el hijo, el padre, la madre. Son referencias, horizontes de llegadas, pero en el medio hay seres humanos, conductas y mucha vulnerabilidad. Javier y Valeria hace años que están juntos. Lo sabemos a partir de algunos datos concretos, sin explicaciones redundantes. El bebé no llega, pero tampoco parece ser la solución para desterrar las sombras personales y de pareja, porque el paso del tiempo corroe las entrañas de una relación. Tampoco una casa nueva garantiza nada, sobre todo si uno arrastra la existencia, sea en el trabajo como en la intimidad. La primera escena los encuentra desnudos. No se muestra el acto sexual en sí, sino el ejercicio posterior para intentar el embarazo. No es un dato al paso, y no hace falta aclarar que, cuando la pasión deviene en obligación pautada, algo inevitablemente se rompió. Solo hace falta que surja ese indicio que pone en crisis el presente. El factor detonante es Valeria, una compañera de trabajo de Javier, quien le confiesa estar esperando un hijo de él luego de un polvo en una feria del libro en Mendoza. Es ahí cuando la película absorbe definitivamente el punto de vista de un hombre cuya existencia se derrumba. Ese tránsito incluye diversas paradas y emociones. El retorno a la casa del padre, diálogos con él que guardan más de lo que expresan. La presencia insomne de una madre fallecida tempranamente con una enfermedad prolongada. Los intentos patéticos por recuperar a Valeria. La sensación de inestabilidad laboral a partir de la llegada a la editorial de una mujer que, con su aire a lo Norma Desmond, viene a hacer limpieza. Las torpezas de Javier, el desconcierto de Valeria.

Sin embargo, Rotter no juega a ser Bergman ni a quedarse prendido del drama doméstico. Los problemas de conciencia, el remover aspectos dolorosos del pasado y enfrentarse a los propios fantasmas no excluyen el humor en sordina que la película trabaja acertadamente. Lejos de fomentar los estallidos de furia y los reclamos de las típicas escenas de un cine anquilosado, Rotter encuentra un tono y un ritmo que hermanan a Un pájaro azul con ciertas zonas del cine de Eric Rohmer o aquellas películas musicales de corte indie, a partir de la amabilidad con la que fluyen las situaciones. Estos logros se fundan principalmente en la química que logran Julieta Zylberberg y Alfonso Tort y a una dirección que integra perfectamente los espacios con sus personajes, al mismo tiempo que le otorga a los momentos de reflexión y de intimidad un espejo creíble y convincente dentro de un marco que nunca busca el exceso gratuito.

Barajar y dar de nuevo. Nada es perfecto. A veces un detalle implica un deslumbramiento, una revelación. A partir de eso, a empezar de nuevo y ver qué pasa. Formar una pareja, tener una casa, buscar un hijo.

Seagrass, de Meredith Hama-Brown, 2023, Canadá

Un lugar común (un matrimonio en crisis), otros temas de actualidad (la diversidad cultural y la intolerancia solapada de clases, la maternidad) y un abordaje que, si bien propone zonas de intensidad, parece estar condenado a la repetición y al cálculo. La apertura de Seagrass hace honor a un inmenso mar iluminado mientras dos hermanitas juegan al costado de un barco. La luz y el canto contrastan con los rostros de hastío de sus padres. Esta es la carta de presentación: un viaje con la intención de despertar algo apagado. Si hay un tema que transitaremos a lo largo de esta travesía es la imposibilidad de conexión emocional y la prueba irrefutable que los problemas se arrastran por más que se lleven a un lugar paradisíaco para hacer algo así como retiro de parejas. Judith y su marido se encuentran en una encrucijada, no pueden con sus vidas  e intentan que esto no afecte a sus hijas. Ella tiene una historia familiar, con duelos incluidos; de él sabemos poco y lo vemos más pendiente de la televisión que de otra cosa. No obstante, no solo del matrimonio como un ecosistema frágil habla la película. También la fragilidad recorre el mundo de las niñas, distanciadas por edades con intereses diferentes. La más pequeña demandará atención, sentirá el vacío y la soledad como su madre y el fantasma de la abuela hará sentir su presencia. Varios momentos de enrarecimiento son creados desde encuadres subjetivos como para que advirtamos algún tipo de experiencia sobrenatural. Son los más interesantes cinematográficamente. Luego, la niña más grande experimentará los cambios en su cuerpo, los primeros roces comunitarios y el descubrimiento de un mundo que no se muestra divertido cuando la discriminan por su descendencia japonesa. Mientras tanto, los adultos se involucran en ejercicios de terapia que no siempre salen bien y encuentran en otra pareja el espejo en el cual quisieran verse reflejados (sobre todo Judith), aunque la felicidad que derrochan simula estar más bien empaquetada.

Seagrass está a mitad de camino entre el drama convencional ya visto en reiteradas oportunidades y un enfoque personal, por momentos, que confirma la habilidad observacional de su directora para sostener la tensión a base de silencios, llantos contenidos, palabras guardadas y deseos reprimidos. Película de veladores prendidos y preguntas incómodas donde lo privado (ser madre) y lo cultural (la identidad japonesa/canadiense) se conjugan en el cuerpo de una mujer que no puede con su vida, con su rutina, con su ansiedad y con sus miedos mientras su marido acompaña. Si algo transmite bien la película es ese sopor, esa incomodidad, a pesar de que el efecto final sea de estiramiento.

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