38 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA. LAS OTRAS EN COMPETENCIA

Arthur & Diana, de Sara Summa, 2023, Alemania

Un viaje como excusa para meternos progresivamente en la dinámica afectiva de los hermanos Arthur y Diana (que además lo son en la vida real, como Lupo es también el pequeño hijo de la cineasta). Un viejo Renault parte de Berlín y es un signo más de ese trazado nostálgico por cierto imaginario de otras décadas, ejercicio que se complementa con la imitación de la textura granulada del celuloide, un esfuerzo por evocar a los fantasmas del pasado. No obstante, la utilización de diversos formatos fílmicos es un eslabón más de la arbitrariedad lúdica de este tipo de propuestas, hoy genéricamente incluidas dentro de lo que suele llamarse la posmodernidad. Nada de grandes relatos, nada de interpretaciones conclusivas y menos, un compromiso con cualquier paradigma ideológico/político. Los temas se enuncian, pero no se profundizan: familia, maternidad, hijos, matrimonio, identidad personal y social. Gran parte de la lógica cultural del presente nos ha hecho creer que queda bien “hablar de”, “tocar de oído”, pero que no hace falta profundizar nada.

Arthur & Diana es, en todo caso, una road movie despojada de aventuras importantes, a menos que consideremos aventuras las idas y vueltas en las discusiones de dos hermanos, algunos vínculos familiares rotos con madre y padre, y sentimientos inconfesables dispersos por ahí. Justamente, la posibilidad del viaje a París servirá para que asomen miedos, fobias, o que frente a la luminosidad de las imágenes, los personajes saquen a relucir su lado sombrío. Entonces, durante estos lapsos de intranquilidad, la película parece socavar su aparente sentimiento de nostalgia. La principal apuesta de Summa es dar cuenta de un estado emocional antes que de una travesía épica. Para ello, desarticula cualquier intención por glorificar a los personajes y las situaciones que atraviesan. Esa desarticulación de energías releva una idea de presente continuo donde el punto de partida y el de llegada sean lo menos relevante del caso. A favor de una naturalidad en el registro de actuación y de un acercamiento documental, todo queda supeditado a mantener la ilusión de viajar con ellos en el auto o permanecer a una distancia prudente si las paradas no son muy estimulantes.

Mimang, de Kim Taeyang, 2023, Corea del Sur

Alguien puede filmar a una pareja durante cuatro años. Luego, esa película condensa ese lapso en una hora y media. El cine es el arte del tiempo, comprime, mastica la realidad para transformarla en ese río de Heráclito, aquel en el que nadie puede bañarse dos veces sin que algo cambie. Lo mismo ocurre con las películas y las ciudades. Podemos mirarlas una y otra vez, pero las imágenes que nos hacemos de ellas se transforman. Mimang habla del tiempo y de la ciudad. Y de dos personajes que se encuentran, se pierden y se reencuentran, caminando por Seúl que, pese a su modernidad, sus carteles, sus incesantes construcciones, no es mirada con desprecio, por el contrario, parece ser un espacio que acompaña, abraza y se convierte en un personaje más. Solo hay que seguirlos, prescindir del imperativo de una trama y pensar que lo lúdico también nos hace pasar un buen rato aunque esté teñido de tristeza.

Cada uno de los tres episodios introduce las acepciones del título: no encontrar el sentido por ignorancia, no poder olvidar lo que se quiere olvidar y buscar por todas partes. Lejos de ser un condicionante, se complementa con los recorridos y las situaciones existenciales. No es solo la vida que pasa, también una idea de cine. La protagonista está ligada a la actividad y en una de las paradas entramos a una vieja sala con unas pocas personas mirando una película rescatada cuyo final quedó inconcluso. Es una semilla referencial dentro de este viaje donde tampoco nada concluye porque no sabemos siquiera cuál es el principio. Como si se tratara de un eterno presente, los personajes un día se encuentran y a partir de entonces los seguimos. La condición de un instante es reforzada continuamente con planos donde nada nos acerca a lo conclusivo, sea en materia de personajes como de espacios. La ciudad está presente, pero en retazos. No es un mapa, es un laberinto de rincones perdidos y abiertos al azar. Pero no todo se reduce a conceptos. Las películas hay que sentirlas y este viaje, no despojado de cierto ánimo de nostalgia, mantiene bien y con equilibrio su costado empático.

Las almas, de Laura Basombrio, 2023, Argentina

La ópera prima de Laura Basombrio convierte un espacio (el noroeste argentino) en una experiencia única. Lo mejor que tiene la película es la posibilidad de reivindicar al arte cinematográfico como alucinatorio. El acercamiento onírico, atemporal, hacia esa tierra de ancestros y de fantasmas incluye secuencias verdaderamente potentes y cautivantes. Porque, lo sospechamos desde un principio, el cine siempre convocó a los espectros y la Argentina, si salimos de la neurosis capitalina, está llena de ellos. Solo hay que saber buscar y recrear. Lejos de simplificar la mirada en pos de la tarjeta postal turística contemplativa, la directora observa y transmite asombro. Cada lugar en medio de la nada, donde el tiempo es otro y la vida parece suspendida, ingresa a un imaginario que, por momentos, lidia con el terror futurista. Nada de esto sería posible sin el trabajo con la edición y el sonido, una masa compacta y efectiva, que logra un efecto residual en las imágenes.

Pero, además, hay un propósito discursivo. La voz en off de una mujer, Estela, nos lleva a su historia personal y aparece intercalada con el modo de vida de la comunidad. Un signo en común es la violencia, una violencia que no es explícita, pero que asoma en dosis diseminadas a lo largo del relato. Una variante es patriarcal y se refiere al orden de lo doméstico; la otra es económica y abarca a pueblos olvidados en geografías áridas y hostiles. El montaje mismo se sostiene sobre un equilibrio entre mirar con perplejidad esta tierra de cielos increíbles, salares y montañas, y comprender la relación con las personas que la habitan.

Y si bien hay momentos de intensidad emotiva y expresiva, como en ciertos poemas que se leen pero sólo se recuerdan unos pocos versos memorables, Las almas no logra cerrar en su conjunto aunque eso no impida admirar algunos planos inolvidables. Al mismo tiempo, abre una discusión interesante (acaso generacional, acaso vinculada con el futuro del cine): ¿cuál es el límite preciso para distinguir una película de un poderoso trabajo de edición de imagen y sonido?

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