38 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA. PELÍCULAS, MÁS PELÍCULAS.

La sociedad de la nieve, de Juan Antonio Bayona, 2023, España

La historia de la tragedia de Los Andes padecida por un grupo de jugadores de rugby y varios familiares ya ha sido contada en libros, programas de televisión, películas y testimonios a lo largo del tiempo. Lo que puede esperarse de cada nueva versión en el cine es una adaptación pensada a partir de un inevitable horizonte: estamos ante un arte mediatizado por la tecnología. De este modo, la épica irá alimentándose a partir de nuevas posibilidades que permitan potenciar los efectos dramáticos del caso. Y eso propone y logra Bayona con esta nueva versión: adrenalina, alto impacto y espectacularidad en medio de la desgracia. Como producto mainstream funciona y es efectivo. Y si bien la memoria del milagro es larga y perpetua, el recuerdo de la película será corto. Esto no es un pecado. La virtud del llamado cine catástrofe es su carácter pasajero; el propósito narrativo, calculado y eficiente.

La sociedad de la nieve provoca, más allá del tema, un placer inmediato, clava al espectador en la butaca como si estuviera en el avión, mantiene la tensión al palo en las situaciones límites y crea una potente interacción. Sus recursos son legítimos porque no los disimula, a pesar de que gran parte de la lógica constructiva sea la de la mayoría de las series del momento: un tiempo para la acción, un tiempo para los diálogos morales. Este último aspecto queda de manifiesto desde el principio a través de la voz en off que oficia como guía. Quien nos habla es Numa Turcatti, un amigo de la delegación, de los que viajaron para dar una mano con el equipo. La elección de ese registro enunciativo tiene una doble consecuencia. La primera, la terrenal, es observar los hechos desde un lugar externo y fortalecer la perspectiva de los espectadores; la segunda es de carácter metafísico y se vincula con la misma idea de destino. ¿Caprichos de los dioses, azar, mala suerte?

Si hay un rasgo distintivo, es la capacidad para recrear a través de la impresionante puesta en escena algunas de las situaciones vividas. De este modo, el hecho de tener que comerse los cuerpos puede derivar en el imaginario del terror. Esta confianza en las posibilidades del cine compensa cierto esquematismo en la construcción de los personajes, todos lavados por un mismo registro dramático. Y en esta misma sintonía, una avalancha puede ser de lo más aterrador que se haya mostrado, capaz de cortar la respiración, y un aliciente frente a diálogos que son de manual. El resto es un cúmulo de emociones guiadas e inevitables dada la naturaleza de la hazaña. Tal vez produzca más escalofrío y otro tipo de emociones más valederas ver los nombres y apellidos de las víctimas inscriptas en pantalla.

Daaaaaali! de Quentin Dupieux, 2023, Francia

Digamos que en términos racionales la historia gira en torno a una periodista que desea entrevistar a Salvador Dalí y fracasa con varios intentos. Pero como se trata de Salvador Dalí y de reírse de las excentricidades del mundo artístico, y de homenajear al surrealismo, Dupieux nos sumerge en un delirante sistema de cajas chinas con gracia e ingenio. Para ello, y como en los sueños, las situaciones obedecen a lógica de un loop musical y todo se vuelve un disparate genial. El propio Dalí es interpretado por diversos actores para parodiar la trillada idea de que su personalidad es de por sí una obra de arte. Como en Yanick, siempre hay temas que asoman sin estridencia, pero que están. Uno de ellos es la problemática de los trabajadores que provienen de los suburbios. En varias oportunidades, el productor trata a la protagonista de barista frustrada. Es apenas un eslabón dentro de una cadena sutil de discriminaciones en medio de la pedantería y la ostentación. Y si bien el esnobismo está presente, sobre todo en lo que concierne al negocio del arte y del cine, nunca la mirada de Dupieux se perfila desde torres de marfil con personajes estáticos e insoportables al estilo de Cohn y Duprat, quienes han transitado tópicos similares. Por el contrario, Daaaaaali! interpela e invita al espectador a sumergirse en una película que podría haber sido infinita, que se niega a concluir y que, incluso en su condición de boceto, es absolutamente agradable. La irreverencia, en este caso, no cancherea ni expulsa. Voilà!

La bestia, de Bertrand Bonello, Francia, 2023

La sensación con varias películas de Bonello es la de deriva. Esto implica un viaje con cruces genéricos, dispersiones varias, momentos de intensidad y otros de absoluto relleno. Y si bien hay una intencionalidad que se repite, llamémosle el modo en que impactan en nuestras vidas los adelantos tecnológicos, generalmente hablamos de obras abiertas, sujetas a bruscos cambios de registro o de tonos. Que todo esto sea una virtud o un defecto puede convertirse en uno de los tantos enigmas en relación al cine contemporáneo. Por lo pronto, la ambición suele ser una marca registrada y La bestia no la disimula. Hablamos de tres períodos de la historia de la humanidad atravesados por una pareja y un destino que parece determinado por los oráculos. Léa Seydoux -hermosa y fotogénica como siempre- se carga a un personaje que recorre vidas pasadas a partir de purificar su ADN en un futuro donde las emociones se convierten en peligro. Claro está, la linealidad del relato brilla por su ausencia, el ejercicio de montaje se encarga de fragmentarlo todo y las elipsis de ocultar el juego. El problema no sólo radica en el desequilibrio estructural, sino en su solemnidad discursiva para dar cuenta de un mundo donde la misantropía y la falta de humanidad, lejos de ponerse en cuestión, parecen disfrutarse detrás de cámara. Asimismo, ciertos baches narrativos o mesetas gratuitas pretenden ser disimuladas con el trabajo de edición. Inspirada en una novela de Henry James, pero con una adaptación muy libre, los encuentros y los desencuentros de la pareja protagónica son proporcionales a nuestra experiencia como espectadores con la película, estamos y no estamos, la seguimos y la soltamos.

Yannick, de Quentin Dupieux, 2023, Francia

En un auténtico teatro parisino ubicado en el distrito 10 se está representando una comedia. Sin estar la sala colmada, algunas risas pasajeras parecen legitimar el duelo dialéctico en el escenario, sostenido por una pareja cuyo marido se entera de que es cornudo. La mujer le dice que es amor platónico. El amante sale del baño. Mientras asistimos al momento culminante, un joven en el público interrumpe para quejarse de lo mala que es la obra. Yannick -así se llama el muchacho- trabaja como vigilante nocturno y considera que ha hecho un gran esfuerzo en su franco para distraerse un rato, y en cambio le ofrecen una verdadera porquería que no entretiene a nadie. Su irrupción pronto se convierte en un absurdo juego de roles: ahora será él con un arma quien ponga las reglas. No sólo escribirá la obra y mantendrá a todos como rehenes, sino que deberán interpretarla. La irrupción de Yannick, siempre trabajada desde el registro de la comedia, permite develar algunos temas que rozan lo patológico y lo social, pero lo más interesante es el timing de Dupieux y cómo con el tiempo justo ofrece una especie de boceto de película disfrutable al máximo. El humor es una vía posible para interpelar, para ofrecer una mirada sobre el mundo y su vulnerabilidad, no sólo por un loquito capaz de tomar rehenes en un teatro e interferir sobre una obra, sino por la imagen final, que mucho tiene que ver con esas decisiones. Por otro lado, y tal como lo confirma en Daaaaaali! (proyectada también en esta edición del Festival), hay un planteo -no solemne- sobre el lugar del arte, quiénes lo legitiman y desde qué lugar, pero siempre con espíritu lúdico.

Adentro mío estoy bailando de Paloma Scachmann y Leandro Koch, 2023, Argentina

Por un lado hay un objeto de investigación: un estilo de música llamado klezmer y la posibilidad de recoger los pedacitos de una cultura (ídish) en vías de extinción. ¿Qué pasó desde la fundación del Estado de Israel para que se perdieran progresivamente los rasgos de ciertas comunidades y sus valores artísticos? Por otro, hay una manera decididamente dispersa de trabajar esos materiales, con un intento que se ahoga en la ambición desmedida. En efecto, estamos ante una película que se centra en la memoria y en la música de los pueblos, pero que incluye una historia de amor entre los realizadores, habilita una dimensión autorreferencial y crea la voz en off del mismísimo diablo para introducir la idea del documental como impostura. ¿No será demasiado? El resultado es absolutamente desparejo, descompensado por ese protagonismo de quienes dirigen, lo cual resiente lo mejor de este documental, el viaje propiamente dicho, las imágenes de esas aldeas y familias que resisten el paso del tiempo. Eso sí, los números musicales son simpáticos.

El castillo de Martín Benchimol, 2023, Argentina

Al comienzo respiramos el imaginario de los cuentos tradicionales. Un enorme espacio en medio de la naturaleza, una mujer se levanta, abre las ventanas, los animales corretean y las luces del día asoman para dar vida a las penumbras de la mansión. Mientras esto ocurre, una música acompaña y delimita ese marco genérico. ¿No es acaso un relato maravilloso tener un castillo heredado a disposición? Justina Olivo, una mujer de descendencia indígena, ha trabajado toda la vida en este lugar y la propietaria le ha legado las 60 hectáreas de terreno, 12 habitaciones, 6 baños y todo el mobiliario aristocrático. El tema es que Justina está atada a una promesa: no vender la propiedad. Con el paso del tiempo parece demasiado. Tanto ella como su hija Alexia disfrutan hasta cierto punto de su situación ya que las obligaciones de mantenimiento vuelven el lugar en una especie de cárcel. Además, la chica tiene otras aspiraciones que no necesariamente contemplan la posibilidad de quedarse allí toda la vida. Para colmo, los fines de semana se vienen a pasar el día los familiares de la difunta señora, a quienes hay que servirlos. Benchimol aprovecha esta circunstancia para problematizar los vínculos y corroborar un punto de vista: ni siquiera una herencia puede modificar los modos en que se percibe la conciencia de clase. La forma para llegar a esto y para defender la libertad de elección de las dos mujeres (sobre todo en una secuencia final maravillosa) es el docudrama. Por momentos se notan bastante las costuras dramáticas del guión, sin embargo, la naturaleza documental de otros segmentos equilibra la evidente construcción ficcional. En este sentido, el cineasta combina bien la observación de lo cotidiano y, al mismo tiempo, alimenta con dosis inventadas situaciones que nos conducen al laberinto de clases planteado. La sensación es que, sin esta mixtura, apostando por uno u otro camino, la película se agotaría en su premisa. El principal mérito pasa por un trabajo de montaje que logra incorporar una dimensión crítica sobre formas de explotación y conciencia de clase sin abusar de la misantropía, bordeando inteligentemente la comedia y potenciando identidades en pantalla.

El viento que arrasa de Paula Hernández, 2023, Argentina

Hay dos tipos de estallidos en El viento que arrasa (adaptación de una novela de Selva Almada). Uno se corresponde con escenas alucinantes, en el sentido literal de la palabra. Son momentos de artificio absoluto, de explosión cinematográfica, más cercanos a la pesadilla de La masacre de Texas o Deliverance (por citar dos películas de terror emblemáticas), que al otro estallido, más ligado a los dramas desbocados de ciertas zonas añejas del cine argentino. El segundo se come al primero porque es el que siempre prevalece al final con algún eslabón forzado. Pero en todo caso, ambos gestos remiten a monstruos, estructuras familiares y/o patriarcales frente a las cuales una mujer se rebela o huye despavorida. Estarán quienes aplaudan y compren el mensaje, pero prefiero detenerme en la zona más estimulante y que no necesariamente es discursiva. La secuencia inicial es demencial como demente es la siempre (sobre) actuación de Alfredo Castro, en este caso como un pastor evangélico. El modo poseso en que oficia la ceremonia es filmado desde diversos ángulos por Hernández mientras su hija y acompañante Leni espía una vez más la actuación. La vida de la joven está supeditada a acompañarlo por todas las iglesias de la Argentina. Un imprevisto con el auto los obligará a parar temporalmente en una precaria vivienda. Allí viven el Gringo y su hijo, quien ha nacido con una malformación facial. La vida rural y la religiosa se funden en un esquema asfixiante que afecta la vida de ambos jóvenes mientras los colores rojos inundan la pantalla. Como suele ocurrir en sus películas, Hernández trabaja bien la tensión al borde del estallido. Las aguas pueden calmarse momentáneamente, pero siempre hay un aire que anticipa esos estallidos descriptos al comienzo. En otra gran escena, bajo una lluvia torrencial, el pastor tiene un ataque místico al cruzarse con un rebaño de ovejas en el camino y ello provoca una vuelta inesperada. Es otro segmento alucinante que coloca a la película en una dimensión mucho más estimulante que los discursos. Igualmente, y como ocurre en otras películas de la cineasta, las codas suelen ser lo más flojo.

Lagunas de Federico Cardone, 2023, Argentina

Siempre es un desafío tener en mente una película y estar obligado a cambiar el rumbo de la misma a raíz de algún imprevisto. Este documental de Cardone debía ser sobre Liliana Bodoc en una escuela en medio del desierto. Varios segmentos dan cuenta de ello y de su luminosa presencia con chicos de primaria, relatando cuentos y recuperando historias de los Huarpes, para ser volcadas en un cuaderno que la escritora había comprado en París y guardó para una ocasión especial. Esa comunión entre una mujer que irradia claridad y los chicos que no pueden disimular su asombro es la parte mágica de la película. La inesperada muerte de Bodoc frustró el segundo tramo del proyecto. Y las decisiones, a juzgar por un montaje que parece perderse en una dispersión innecesaria, no fueron las más favorables para la película. ¿Qué significan, cómo se justifican esos cortes que empantanan las intervenciones de Bodoc para incorporar elementos autorreferenciales del director, ya sea para hacer gala de una cinefilia quejumbrosa o para sumar archivos televisivos y recuerdos personales? Da la sensación de que, lejos de hilvanar dos historias, acaso quede más una sensación de relleno y de acumulación (si consideramos otras subtramas). No obstante, más allá de esa decisión estructural, también está la potencia del cine para inmortalizar a los seres queridos. Sabemos, porque lo dice la voz en off, que Liliana se acostó a dormir una noche en un hotel y ya no despertó. Pero no nos quedamos con ese vacío ni con la sensación de ausencia como para cerrar la película de un mazazo. La volvemos a ver con sus chicos, su modestia y su fascinación por compartir. El cine hace posible estas cosas también.

Pobres criaturas de Yorgos Lanthimos, 2023, Irlanda

Lanthimos se ha convertido en una especie de Lars von Trier. Los itinerarios son parecidos. Ambos tienen comienzos promisorios de carreras que se muestran estimulantes, incluso asociadas a sus contextos de producción, y progresivamente se van inclinando hacia zonas donde las decisiones estéticas pueden incluirse en los manuales del perfecto impostor. Esto no desmerece las cualidades que hemos aplaudido en esas películas de inicio, pero nos permite mirar de reojo los excesos tramposos de las últimas. Pobres criaturas tiene lo mejor de una etapa y lo peor de la otra: una relectura en clave femenina de Frankenstein, una reelaboración de relatos góticos y una puesta en escena cuya desmesura es absolutamente cambiante y disfrutable; al mismo tiempo, un regodeo personal y una versión “importante” (pero con la misma intrascendencia) de las intenciones de Barbie. El artificio inunda todo en este mundo paródico del afán científico, donde la creación de un experimento tras el suicidio de una mujer se transforma en un bizarro alegato de la independencia femenina. Los excesos le sientan bien a Lanthimos y si la excentricidad de películas como La favorita ya develaba su necesidad de marcar omnipresencia, hay zonas de Pobre criaturas que lo consagran como un campeón del llamado de atención. En semejante propuesta, hay zonas frescas y estimulantes, sobre todo por la gracia de Emma Stone haciendo de una beba en cuerpo de mujer adulta, escupiendo comida, jugando a cortar cadáveres y excitándose cuando descubre el placer. Son actos que se entienden en un marco genérico que se ríe de la moral y la seriedad victoriana. Todo el proceso de descubrimiento del mundo que hace la protagonista es inverso al sufrido proceso del monstruo creado por Mary Shelley. Bella (así se llama la criatura) se escapa de su creador (God) y sale a gozar de la vida en todo lo que tiene de sensitiva, acompañada por un libertino. Despojada de toda moral, vivirá intensamente esa experiencia, pero además hallará un posicionamiento ideológico con respecto al mundo y a los hombres. Entonces, en este tramo, la película cae en un tufillo de oportunismo que se complementa a la perfección con los irritables artilugios de cámara y la autocomplacencia del director.

elcursodelcine

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *