Fallen Leaves, de Aki Kaurismaki (2023)

En Helsinki hay suburbios, precarización laboral, violencia social y económica, y una clase trabajadora que apenas gana para vivir. Entre ellos, una mujer rubia llamada Ansa que vive en una modesta casa heredada y que ha sido despedida de un supermercado, y Holappa, que va de fábrica en fábrica por sus problemas con el alcohol. Ambos se conocen en uno de esos pintorescos bares que ya son una marca registrada en Kaurismaki, para encontrarse, perderse y volver a encontrarse. En otras manos, en las típicas manos manchadas con la pornomiseria o el oportunismo, esta circunstancia hubiera sido un alegato más, chato, de un estado del mundo regido por la misantropía. Sin embargo, Kaurismaki es un realizador que confía en la humanidad y en los vínculos proletarios, en las cosas simples, en la solidaridad, y por supuesto, en el cine. Porque si bien hay discurso, no necesita ser gritado. Fallen Leaves es un festival de colores (basta ver esos ambientes pintarrajeados como en los mejores melodramas clásicos o la colección de afiches que inundan las paredes); un festival de canciones que puntúan las emociones sin desbordes; un festival de gestos y de pausas, de silencios que dicen mucho; un festival de humor a base de expectativas frustradas (dos tipos salen del cine luego de ver una de zombis y dicen que les recuerda a Bresson); pero, fundamentalmente, una obra maestra de la sencillez que conmueve. Cuando Ansa prepara la cena para la primera cita con Holappa, cuando Holappa la busca incansablemente luego de haber perdido su número de teléfono, estamos ante actos cuya épica es la de los descalzos, la de aquellos seres que están en la vida para no resignarse y que ven siempre un horizonte para el amor, igual que Chaplin, cuyo fantasma recorre la sala y se va caminando con la rubia y el borracho.

Fallen Leaves es también el título de un hermoso cortometraje que Alice Guy Blaché nos regaló en 1912 y que tardamos una eternidad en ver y valorar. Hoy, sólo la pereza es un impedimento para redescubrir estas joyas perdidas y también para reescribir la historia del cine. Una niña se entera de que su hermana mayor está al borde de la muerte. El doctor viene a verla y, aunque quieren ocultarle su diagnóstico porque aún es muy pequeña, ella pone la oreja y escucha que la joven morirá cuando caiga la última hoja de los árboles del jardín. Entonces, la pequeña intenta devolver las hojas al árbol para evitar ese presagio funesto. Que la escena, pese al tenor dramático, pertenezca al orden de la poesía visual es gracias al talento de Alice Guy Blaché, una enorme directora que está siendo reivindicada en diversos espacios. Me acordé de este momento, de la belleza de este momento, en el tramo final de la película de Kaurismaki. Imaginé un árbol en medio de la sala y a todos los espectadores colgando las hojas para que la película nunca termine.

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