Críticas breves, rápidas y furiosas. Evil Does No Exist, de Ryusuke Hamaguchi (2023)

Dos signos recurrentes en gran parte del cine contemporáneo parecen convivir en la última incursión cinematográfica de Hamaguchi. El primero es el tema de las empresas empecinadas en concretar proyectos en zonas naturales. Lo que difiere en todo caso es el tratamiento contemplativo, por momentos experimental, que lleva a cabo el realizador nipón. El segundo se vincula con un modo estructural cuya consecuencia es una película partida en dos. El tramo inicial nos ofrece un registro poético/documental acerca de una comunidad rural cuyo modo de vida autosuficiente da cuenta de un escenario donde el tiempo está suspendido, repartido en pequeñas dosis cotidianas de trabajos repetidos, comidas compartidas y una convivencia tranquila. La otra mitad está consagrada a los intentos por instalar en el lugar una especie de campamento de lujo. Como las conversaciones para convencer a los habitantes no funcionan, envían a dos jóvenes para persuadir a Takumi, un hombre que vive con su pequeña hija Hana, con la excusa de ofrecerle ser el encargado del lugar. Si la primera parte absorbía el punto de vista del padre, la segunda se desplazará a los dos representantes de la empresa. Esto, que podría dar lugar al thriller, se mantiene a partir de una tensa calma. Uno percibe que una bomba está por detonar, pero Hamaguchi esconde cualquier gesto de exacerbación dramática, haciendo del despojamiento una herramienta creativa, al borde de la exasperación. Mientras tanto, algunos signos misteriosos asoman por los bosques nevados. Y entonces se produce un acto final, una decisión, que no solo generará confusión sino que abrirá hipótesis y algunas sospechas sobre la coherencia de este pasaje culminante.

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