Un recuerdo. Historia de Lisboa (Wim Wenders, 1994)

“Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque (…) de palabras, de deseos, de recuerdos”.

(Italo Calvino, Las ciudades invisibles, 1972 )

Serge Daney intentó una hipotética periodización de la historia del cine distinguiendo entre un cine articulado en torno a la cuestión de qué hay detrás de la imagen (cine clásico); otro que plantea la pregunta de qué hay que ver en la imagen (cine moderno); y un tercero para el cual lo fundamental es que detrás de la imagen hay siempre otra imagen (cine manierista). El comienzo de Historia de Lisboa consiste en una pila de imágenes superpuestas: postales, noticias, Fellini, etc. La búsqueda de algo puro en un contexto de contaminación audiovisual será uno de los temas de esta película, pero, fundamentalmente, el pilar de la pedagogía Wenders: en un mundo saturado de imágenes, hay que tratar de determinar qué cosa es materia para el ojo.

El llamado de un amigo activa el movimiento. Phillip viaja en automóvil de Alemania a Portugal para encontrarse con Munro. El recorrido inicial de Philip en su auto nos permite ver que todos los lugares son un mismo lugar. Europa ha caído en la globalización y es imposible distinguir un lugar de otro más allá de los cambios de idioma en la radio. Hasta llegar a destino: Lisboa parece haberse detenido en el tiempo y conserva aún una belleza original.

Una vez que arriba, luego de algunas dificultades que rozan el absurdo, el hombre del sonido intentará hallar al hombre de las imágenes, el cual ha estado todo este tiempo vagabundeando por Lisboa con una cámara de video con el utópico objeto de filmar imágenes puras, una idea de cine como experiencia, incluso más allá de una gramática narrativa. Y en esta intención de carácter fenomenológico por recuperar una mirada inocente, habrá niños que oficiarán como guías y devolverán al hecho de filmar su condición artesanal primigenia, su capacidad de surgir a partir del asombro y del juego. Los niños de la película pertenecen a la civilización de la imagen, con el ojo pegado al visor de la cámara y la pulsión de registro. Pero lo que en el adulto es un motivo de angustia, en ellos adquiere un carácter más lúdico y juvenil.

Hay una idea de rescatar en el cine algo de lo que es la vida, en tanto y en cuanto no haya sido mediatizada. Poder descubrir algo, poder remarcar algo, es más importante que significar cualquier cosa. Hay películas en la que nada puede descubrirse porque no hay nada que descubrir: todo es perfectamente evidente y unívoco. Hay películas en las que se pueden descubrir constantemente ciertos detalles, que dejan siempre lugar a todas las posibilidades. Hablamos de un cine que pretende situarse más allá del orden del lenguaje, abierto a lo inesperado, en el que la emoción surge de lo imprevisible de ciertos acontecimientos que se plasman en el celuloide más que de su inserción en un orden narrativo. De allí el encanto de algunas escenas que solo hay que vivirlas como tal y no explicarlas. Un ejemplo maravilloso es cuando Philip se topa azarosamente con el grupo Madredeus.

Justamente, en esta película edificada sobre la ausencia, es relevante la presencia del sonido. La ciudad es escuchada: los sonidos y los rumores son una forma de ingresar a su corazón. Por ello, es tan importante la presencia de Madredeus y de esta escena en particular para dar cuenta de la poética de Wenders en cuanto a imágenes, pero fundamentalmente en cuanto al sonido. Espera, contemplación, tiempo suspendido. La música como el espejo en el que debiera mirarse el cine. Philip ha dejado en su habitación un libro del poeta portugués Fernando Pessoa en el que el propio Friedrich ha subrayado una frase que ilumina el sentido de esta reflexión: “Escucho sin mirar y así veo”. El sonido, por tanto, como algo que ayuda a ver las cosas de manera diferente.

Escuchar Lisboa es el prólogo al encuentro entre Philip y Friedrich. Los sonidos han ido por un lado, las imágenes de Munro, por el otro. Ahora, hay que pegarlas, no sin antes estar convencidos de que el camino es retroceder en el tiempo, acudir a las raíces. Entonces, el legendario Manoel de Oliveira hablará de la memoria y del tiempo en una fugaz y hermosa aparición, y Phillip y Friedrich registrarán frenéticamente las calles para dar forma a una película que remite a Buster Keaton, siempre en la búsqueda de un cine puro.

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