FIDBA 2019. COMPETENCIA INTERNACIONAL. HASTA LA MUER7, DE RAÚL PERRONE

Al principio de Hasta la muert7, la última película de Raúl Perrone, hay un plano que son muchos planos. Desde una distancia considerable y con una angulación en picado, una cámara registra un momento durante la noche o la madrugada en una plaza. Apenas se perciben movimientos dentro del cuadro, las luces de la farola, los sonidos de los autos y gente durmiendo. La imagen parece presa del dominio de lo impersonal. Su prolongada duración invita a pensar tanto en el sueño baziniano de la ambigüedad de lo real como en un monitoreo de vigilancia. Hay desconcierto, hay pura representación, pero sabemos que es una criatura de Perrone, un director que trabaja constantemente sobre las posibilidades del registro, que no se queda quieto y que filma a una velocidad proporcional a la de los cambios tecnológicos y su impacto en este lenguaje. No obstante, mientras otros se mueven en territorios seguros, aquí hay otra cosa: una voluntad por recuperar formas, reciclarlas, tensionarlas, desde un orden artesanal (que no se desentiende de la rigurosidad y del compromiso) capaz de desafiar grandes presupuestos y recuperar seres humanos antes que marionetas existencialistas en la gran ciudad o víctimas de la pornomiseria.

La primera escena es el prólogo que se completa con un recorte. De ese plano general, vamos a la pareja de protagonistas, dos cuidacoches llamados María y Bonifacio. Serán apenas unos segundos más hasta que irrumpa un registro con cámara en mano de video con defectos deliberados que le imprimen un particular sello. Es el contraste perfecto con la imagen lavada del comienzo; es el contrapunto deseado ante un cúmulo de películas que se refugian en el digital para perderse en un mar de indiferenciación. Esto es otra cosa, es una película sobre cómo registrar y volver a esas formas imperfectas creadas intencionalmente. Es la subjetividad que hace estallar el prólogo. Y en esos signos defectuosos está la poesía.

A partir de ese momento, la cámara no los suelta más. Los adopta, los acompaña, los escucha y los sigue mientras recorren el espacio urbano ante la mirada escrutadora de los transeúntes, capaces de observar sus carritos antes que sus cuerpos. En las reacciones de la gente, hay otra película posible. Cada vez que paran, se abre un mundo de promesas de amor, de fantasías de bienestar y de autoprotección, que puede incluir a otros personajes que ellos se cruzan (como si fueran el Quijote y Sancho pero por calles desiertas, propias de un Estado ausente).

Otro momento significativo de este viaje, cuya épica descalza pasa por sobrevivir día a día, surge de esos momentos de planificación que corren a la película del género documental, por lo menos en su acepción clásica. La pareja está en una sala mirando un documental sobre Francis Ford Coppola. La alusión parece jugar en un doble sentido. Es la posibilidad de recuperar un espacio de sueños para aquellos a los cuales les han sacado hasta esa chance, pero también opera otro contraste: toda la ambición del cineasta americano frente a la modestia de un film pequeño pero gigante por su humanidad. Un eslabón más en la cadena de la poética antiautor de Perrone, cuyo blanco principal lo representan aquellos que reclaman presupuestos gigantes para filmar. Al Wagner que acompaña las imágenes de Apocalipsis Now, Perrone sumará más tarde un lento ochentoso para que María y Bonifacio bailen apretados en un salón.

Dos indicios son importantes para contextualizar. Sobre la pared de una plaza se lee la patria de Perrone, Ituzaingó. Más adelante, María y Bonifacio comen con dos amigos también en una plaza. Detrás de ellos se ve un cartel con Evita. Tal signo parece condensar la esperanza de millones de personas que son azotadas en la actualidad humanitariamente en el país. Antes se reúnen con otros compañeros de la calle para afianzar su fe en Dios, el único compañero fiel.

(Una digresión personal. Las películas de Perrone siempre me evocan recuerdos. La historia de María y Bonifacio, me hizo acordar de algo reciente: En un negocio estoy comprando unas nueces y unas almendras (dos lujos que me hicieron pensar en pagar con un cheque a treinta días), entra un hombre (de esos que Larreta quisiera eliminar para que no haya cartones y los vecinos porteños no se enojen). La chica que atiende lo abraza con afecto y alegría (adivino que él pasa a pedir una mano por ahí cuando puede). Camino unas cuadras y la panadería que está cerca de mi casa recibió un escrache. Como para no tenerlo: echó a un empleado con cáncer sin indemnizarlo. Los carteles pegados en la vidriera tienen los nombres de los dueños. No es la primera vez que se hacen los giles con los trabajadores. Lo confirmo al ver a una chica despegando como podía los papeles del vidrio en medio del frío. Un viejito se acerca y le ofrece ayuda, a lo que ella responde amablemente que no se preocupe. Intuyo que por miedo a la represalia patronal. Compruebo lo garcas que son: mandar a la chica a hacer algo que en menos tiempo podrían hacer ellos mismos o gente dedicada a eso, pero el local está solo, y la chica hace lo que puede. Al rato tocan el timbre en casa. Es Gaby, una mujer con alma de niña, la Giuletta Masina del barrio. Suele pasar para vender lo que puede y así pagarse la comida, Vive en un local sin luz y sin gas, y los vecinos tratamos de ayudar. Gaby, quien ha tenido numerosos problemas de chica, es sensible, inteligente y soñadora. Se niega a que le regalen plata y hay que hacer enormes esfuerzos para convencerla. Hoy me dijo que si ganaba el quini ponía una pizzería, que ya tenía el pizzero y que cada tres pizzas, iba una gratis. Y que los vecinos no pagan. Cerré la puerta y pensé que solo el amor de estas hermosas personas nos va a salvar frente a tanto destrato y maltrato, frente a la crueldad y a la indiferencia, y que tal vez una oleada humanista, solidaria, pacífica y honesta atraviese sanamente este país, con gente joven, que renueve las esperanzas al menos para nuestros hijos y nietos, antes de que los garcas miserables oportunistas lo destruyan todo).

Hasta la muer7 es también una película sobre lo que significa vivir en la calle, sobre las consecuencias que ello genera. El momento culminante del itinerario los lleva a salvar a un hombre mayor tirado en una vereda y a sumarlo a esa noche donde María y Bonifacio descansarán abrazados una vez más en algún lugar que encuentren. Esa imagen cierra el círculo desde la impersonalidad del primer tramo hasta ese humanismo en medio de la adversidad. Mientras tanto llueve.

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