¿El silencio de Dios? Sobre Godless, de Ralitza Patrova, 2016)

“No one knows what it’s like
To be the bad man
To be the sad man
Behind blue eyes”  (The Who)

Hay cineastas que se consagran a mostrarnos que el mundo puede ser un lugar más horrible de lo que imaginamos. Los hay de diversos tenores pero la escuela de la sordidez tiene sus socios asegurados en los circuitos festivaleros. Los planos cerrados que abren Godless, la ópera prima búlgara que ganó recientemente el premio mayor en Locarno, arman una secuencia asfixiante cuya pesadez presagia lo peor. No obstante, tienen el mérito de hacer visible una enorme presencia cinematográfica. Su nombre es Gana (excelente Irena Ivanova), es robusta y en su mirada se destacan unos enormes ojos azules. ¿Qué hay detrás de ellos? La trama misma irá develando muy lentamente qué se esconde más allá de esa fortaleza corporal. Mientras tanto, la economía de recursos se adueña de la narración y conocemos algunos datos escalofriantes en un universo de suburbios azotados por el capitalismo y asediados por el fantasma de las purgas comunistas. Estamos en Vratsa, una ciudad al noroeste de Bulgaria, rodeada de montañas y con mucho frío. No hay horizonte posible para los personajes. Gana trabaja como enfermera asistente de ancianos, les suministra los medicamentos pero les roba las cédulas de identidad para negociarlas en el mercado negro con la complicidad de su novio. El panorama al que nos enfrentamos es desolador, áspero, y no hay concesiones. La crudeza cotiza bien en esta clase de films, sin embargo, tampoco es justo caerles por ello. Un cineasta construye una visión sobre el mundo y Patrova elige la oscuridad de los suburbios (esos márgenes que tan bien anticipó Buñuel en Los olvidados en 1950 antes de que los festivales de cine unificaran un discurso al respecto) pero no manifiesta intención de manipular esa realidad que muestra,  con recursos simplones ni música aleccionadora. Lo suyo son retazos realistas que caen como golpes, secos, para dar cuenta de una sociedad que gira en círculos de corrupción que atraviesan  todos los estratos. Allí aparecen involucrados en el negocio los magistrados envueltos en sucias orgías y entramados siniestros. Es en este sentido un eslabón más de películas tendientes a mostrar la degradación de un país a través de sus instituciones como un camino irreversible. Sin embargo, se destaca un cierto minimalismo en la exposición de ideas/imágenes, como si las formas de plantear cada escena representaran unidades temporales acotadas e intensas (la directora expresó en una entrevista su predilección por los haiku, esas formas poéticas adoptadas de Japón y que cultivara, entre otros, Borges).

Si en determinados momentos la sordidez se materializa hasta el borde de lo soportable, nunca lo traspasa. De todos modos, dos o tres rutinas aparentan funcionar como escape. Una es la morfina como placer inmediato y anestesiante; la otra es vincular. Gana conoce a un hombre mayor llamado Yoan que dirige un coro y se abre apenas una grieta en la pared emocional que la envuelve. Claro está, en un mundo donde no hay lugar para los excluidos y donde la clase obrera ya no va al paraíso, la redención nunca es terrenal. Y si la historia de un país (desde la perspectiva de Godless) es un cúmulo de acciones con un Dios ausente, qué queda entonces para aquellos que habitan las zonas que las postales turísticas no muestran. Nada. O mejor dicho, una geografía de zombies civilizados por inercia. “Quiero amar pero no puedo” dice la protagonista y tal vez sea la única línea cuestionable dentro de los escasos diálogos por su obviedad. Aunque minutos más tarde, el estallido en un llanto conmovedor redime lo anterior: es un oasis en medio de tanto despojamiento emocional.

Godlesses la exploración de un mundo sin Dios. Su estética y su mirada dividen las aguas. Se trata de un tipo de cine que combina eficacia con desolación. Esa es su estirpe. Puede que no genere placer, pero a fin de cuentas, quién garantiza que un film provoque necesariamente conectarse desde ese lugar. Tal vez, su mérito principal, descontando las cualidades técnicas, es no pasar desapercibida y augurar un futuro promisorio para su joven directora.

elcursodelcine

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