De fetiches, placeres y perversiones. Sobre Le Daim, de Quentin Dupieux, 2019

Hay películas extraviadas por ahí, alejadas de la euforia por la novedad, de la consideración festivalera o simplemente esperando para ser descubiertas, sin mayores pretensiones que la valoración misma de su materialidad.  Le Daim  de Quentin Dupieux es un alegre hallazgo. Jean Dujardin interpreta a un tipo que se larga a la carretera en busca de un anuncio. Luego de recorrer varios lugares da con una chaqueta, una cazadora con flecos, lo que parece representar el sueño de su vida. No sabemos qué ha dejado atrás, pero sí estamos seguros de que ha logrado un estado de éxtasis al que no renunciará jamás. El protagonista se aferra a la prenda como lamprea a una roca y el mundo entra en un espiral de locura obsesiva con las consecuencias lógicas de aquellos que hacen un culto al fetichismo, al punto de matar.

Sin embargo, lo interesante es que mientras se eluden las sagradas interpretaciones sobre el significado de tales actos, Dupieux ofrece lo mejor que el cine puede darnos en estas circunstancias: humor, comedia negra y un derrotero absurdo por el cual transitamos y queremos escapar, pero, como en los sueños, terminamos pisando brea. Le Daim se aleja de los dogmas y al igual que el mejor cine de Ferreri o de Buñuel comparte el placer por el fetiche y las perversiones. Y como el fin justifica los medios, el protagonista le hará creer a una camarera que es cineasta para sacarle plata (dado que su mujer le ha bloqueado la cuenta bancaria). El tipo defiende patológicamente su chaqueta de piel de venado y se transforma en un ícono, se admira en el espejo y a partir de ahí su vida estará consagrada a conservar una imagen narcisista, a sostener el periplo a través del cual se materializa un sueño/obsesión, para demostrar que puede ser el único justo portador de esa prenda.

La precisión del guión con sus dosis justas de humor en sordina logra una película que, más allá de su oscuridad, transmite felicidad. Tal paradoja reside principalmente en despojar la búsqueda de símbolos en un terreno en el que otros se podrían regodear al respecto. En todo caso, un aire paródico hacia ciertas zonas del cine independiente se cuela disimuladamente, o hacia varios exponentes del terror (es muy graciosa la escena del protagonista afilando el aspa de un ventilador para liquidar al que se oponga en su camino).

Correrse del mundo para dar forma a una obsesión, abandonar eso que llamamos civilización para cumplir el sueño de parecerse a una imagen. El personaje interpretado por Dujardin se arma progresivamente: la chaqueta, el sombrero, las botas, los guantes y el pantalón. Y como no hay Quijote sin Sancho, siempre otro que cae en la red de la fantasía hasta confundirse. Es el caso de la chica, cuyo anhelo para convertirse en cineasta, cede a los pedidos de este extravagante caballero solitario con piel de venado. Entonces hay dos películas: la que transcurre y la que se filma. “Necesito más sangre, más imágenes, más acción” dice el hombre, y la fantasía cubre al mundo, y el cine desborda a la vida por los pueblos del interior francés.

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