Estado de gracia(s). Un breve recuerdo sobre Juan Moreira

Yo lloré tres veces con el Moreira de Favio. La primera fue en Bahía Blanca en la casa de mi madrina. Tendría cuatro o cinco años, no más. Tengo una imagen difusa de un chico jugando de espaldas a la televisión. El color del ambiente era más bien rosado, como varias de esas fotos que guardaba la familia en cajas de zapatos, pero la película de Favio lógicamente pasaba en blanco y negro por la pantalla. Recuerdo los sonidos que llegaban y que no me atrevía a espiar por nada del mundo, hasta que sucedió lo inevitable. Empezó la secuencia final con Moreira atrincherado y la música que asomaba tímidamente hasta convertirse en un aluvión coral al que era imposible permanecer indiferente. Entonces me di vuelta casi sin querer queriendo y choqué contra la cara de Bebán atravesado por un cuchillo en la jeta (crecí con esa imagen equivocada; en realidad él lo lleva entre los dientes). El grito, el rostro y la música se fijaron en mí y comencé a llorar del cagazo que me produjo la situación. A partir de ese momento, pocas veces durante años pude ver de frente una escena con sangre y guardé en el depósito del inconsciente la secuencia. Décadas más tarde, en Mar del Plata, cuando descubrí el cine de Favio y ya podía hablar sobre Bazin, la Nouvelle Vague y otras peroratas, enfrenté el final de Moreira de nuevo. Fue un exorcismo, pero esta vez lloré en estado de gracia. Sobre todo cuando Bebán se asoma a la ventana antes de salir para morir de pie, y dice «con este sol». Solo la sensibilidad de Favio y de Zuhair Jury puede meter tres palabras suficientemente representativas del miedo ante la muerte, ese otro miedo que nada tiene que ver con el coraje del bandolero, sino con el del hombre que se lamenta de que el fin se dé en esa circunstancia en que Dios nos somete a semejante paradoja: abandonar la vida con ese regalo de la naturaleza, con ese sol. Eso es de los grandes poetas, aquellos que logran universalizar una experiencia particular. La tercera vez que lloré fue cuando preparaba una charla sobre Favio y volví a verla. Seguramente lo seguiré haciendo.

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