La frutilla del postre. Sobre Get Back, de Peter Jackson.

El primer CD que tuve fue Let It Be. Cuando apareció ese furor del digital desterrando a los casetes (que ya habían desterrado a su vez a los vinilos dentro de una perversa lógica de mercado), yo quise comprar de a poco la discografía de Los Beatles, y decidí empezar por el final. Let It Be fue también la película que quise olvidar y mucho tuvo que ver la primera vez que la vi en una pésima copia doblada al castellano que pasaron por uno de los dos canales de televisión en Mar del Plata. Recuerdo especialmente los colores apagados y la desazón que me produjo el documental dirigido por Michael Lindsay-Hogg. Era muy fuerte asistir al funeral. Una cosa era escuchar las historias, leer toda la mitología que rodeó al final de la banda, y otra muy distinta prenderse a esa atmósfera gélida, desangelada, que apenas levantaba el concierto en una terraza. En aquella época escuchaba un programa de radio que pasaban los fines de semana por la mañana. Se llamaba Liverpool Bar y lo esperaba religiosamente con el grabador a mano para registrar las versiones piratas de tomas alternativas y otras perlas. Sabía que iban a dar un especial de Let It Be a propósito de la emisión de la película, aunque es factible que la memoria me esté armando la situación descaradamente. Lo cierto es que no aguardé un minuto en escribir una carta con la intención de llevarla a la radio. Volqué ahí toda mi depresión, puse frases realmente desoladoras con exageración romántica, donde contrastaba la alegría de la beatlemanía con esta pálida versión (los años me demostrarían que no era ni una cosa ni la otra, que el furor suele traer tristeza y que en las despedidas, la alegría viene acompañada de crecimiento y expansión; dos canciones de Lennon en espejo darían cuenta de ello: Help y Don’t Let Me Down, dos épocas y una misma persona pidiendo auxilio. Pero, ¿quién quería soltar a Los Beatles, quién podría evitar el egoísmo de no desear quedarse con sus vidas?). La cuestión es que llevé la carta a la radio. No tenía muchas esperanzas de que leyeran algo en vivo ni mucho menos, y de hecho, quien conducía el programa, no hizo referencia directa a la misma en los mensajes que leía, sin embargo, en un momento del programa sentí que me hablaba a mí sin nombrarme. Al referirse a la película, contrariamente a la percepción dominante, sacó a relucir lo que, según su mirada, eran raptos de felicidad, una química que aún funcionaba, fundamentalmente en aquellos pasajes cuando los muchachos se centraban en el ritual de la música, de la composición. Entonces me sentí un boludo: ahí estaba escuchando cómo demolían mi tristeza. Los Beatles no llegaban a los treinta años y yo los veía como si tuvieran setenta. Los argumentos del locutor me pusieron contra la pared: yo era un joven que pensaba como un viejo gruñón. El impacto fue tal que por mucho tiempo me negué a ver nuevamente la película. Cuando empecé a dar talleres sobre Los Beatles y el cine o charlas alusivas, Let It Be fue el gran fantasma a combatir. Hasta que llegó Peter Jackson en 2021 con Get Back.

Lo primero, nobleza obliga, que hay que decir es que se trata de una película de Peter Jackson. El material no habla por sí solo. Y el montaje está pensado para revertir la pálida imagen del documental original, para sustituir los colores apagados por una digitalización que imprime alegría, fiesta, y otros momentos de pesar. Es un artificio, una celebración. Lo del director neocelandés es producto de una proeza técnica que incluye, entre otras cosas, la posibilidad de discernir las diversas pistas a partir de un programa de computadora que reconoce voces. Esto permitió que aquellos diálogos tapados (adrede) por las guitarras hoy puedan ser escuchados y que el drama sea completo. Todo el imaginario construido durante décadas en base las grietas irreparables en el grupo hoy muestra su reverso gracias a la selección y manipulación de un diamante pulido que cayó en buenas manos, y una cara no excluye a la otra. La historia nos legó el colapso y Jackson nos regaló vida.

Y lo hizo de un modo en el que no se pierdan los diversos focos. Por un lado, el proyecto frustrado del registro en vivo, el último recital de la banda en escenarios donde se pretendía forzar una épica cuando solo había lugar para restos de una energía devastada, consumida en un lapso de menos de diez años por millones de personas. Por otro, cuatro personas, de las más famosas del mundo, encerradas en una especie de experimento en los estudios Twickenham sin saber bien qué hacer ni cómo, agotados, atados a los horarios de la industria cinematográfica. La experiencia fue horrible. Lennon la calificó así luego de declarar “Yo estaba todo el tiempo fumado y no me importaba una mierda…No lográbamos ponernos en onda…Era espantoso; había un ambiente espantoso en los estudios Twickenham y que te filmaran todo el tiempo. Yo solamente quería que se fueran todos. Y teníamos que estar ahí a las ocho de la mañana, y a las ocho de la mañana no podías hacer música”

No obstante, la intención de Jackson no es repetir la historia. Si hay algo que muestra progresivamente Get Back es de qué modo el proyecto resucita como Lázaro y el montaje mismo parece decirnos levántate y anda con la frutilla final en el postre. Del mismo modo que la canción va cobrando forma, el caos inicial deviene en un horizonte más claro, de camaradería. El primer eslabón es el cambio de espacio, el segundo la llegada de Billy Preston y el tercero la presencia de Glyn Johns, el gran artífice potenciado por Jackson, quien se las tuvo que ver con las mezclas de canciones que brotaban sin pedir permiso. Y entonces vemos (o nos hacen ver) que las cosas no marchaban tan mal entre los muchachos, que la colaboración aún era posible y que solo hacía falta alguna chispa para reavivar el fuego sagrado, más allá de algún monstruo fuera de campo como Allen Klein o el más chantas de los chantas, como Alex “el mágico”, símbolo de los oportunistas que formaban parte del entorno.

Get Back está lleno de perlitas. Enumerarlas todas sería reiterar tantos escritos al respecto. En todo caso me permito citar unos planos de esos que se meten en la piel. Uno es el rostro con los ojos acuosos de McCartney cuando se percata del fin (ese momento en el que Harrison se ha ido y Lennon no aparece). La dilatación del tiempo en ese primer plano me hizo acordar al de Diego cuando sabe que se va de Nápoles en la película de Asif Kapadia. Otro es el de Lennon contando chistes frente a cámara ante la risa del resto. El mismo tipo que había escrito In His Own Write una serie de relatos con personajes atípicos, haciendo gala de una tradición de humor inglés riquísimo en juegos de lenguaje, que era capaz de mofarse sarcásticamente de la gente, ahora se planta en rebeldía y lanza una serie de frases sin importarle nada, como desafiando los tiempos del cine, en una escena tan divertida como incómoda. Porque la genialidad de Jackson consiste en mantener el equilibrio entre los momentos de tensión y los de equilibrio reparador. Cuando todo parece estallar, nos estampa una imagen de la familia en la sala de edición bailando o escuchando música. Los otros planos corresponden a miradas. Está la mirada de Yoko. Muchos han querido ver en la película su presencia como la villana de la película. No creo que sea el caso. La mejor defensa siempre fue la de Lennon, destacando el machismo con el que tenía que lidiar una mujer que estaba al margen de todo el aura que rodeaba a Los Beatles. Y luego viene Ringo. Los bostezos de Ringo, la melancolía de Ringo, el gran conciliador, el hombre paciente, aquel que también ha cargado con el estigma estúpido del “mal baterista”. A propósito, y para hacer un paréntesis, algo que alguna vez escribió Javier Malosetti, lo mejor que leído al respecto, con justicia poética: «Los que no entendieron a Ringo me dan lástima.. y los que no lo entendieron y encima toman partido en su contra son sencillamente el enemigo. No los que no lo entendieron.. Mejor dicho, los que se comieron la historia inventada por la «prensa especializada» (no me hagan hablar de esos..) Ese pensamiento de pavote que reza aquello de que Ringo era mal músico pero lo tenían porque era medio el payaso y que se yo.. En fin, pobre gente que no supo entender que el pulso de las canciones de los Beatles (y no solo eso, también su sonido álbum tras álbum y su impronta como instrumentista altamente innovador) ha sido -si no todo- algo fundamental en el suceso que han tenido. Amigos.. Tantos años escuchando a los Beatles sin caer en la realidad de que es un baterista fenomenal al que han estado imitando aquello que inventó tooooooodos los bateristas alrededor del mundo de ahí en más y hasta hoy.. O mañana. Además yo lo amo porque es mi 3er Beatle preferido.”

Y ya que estamos con los músicos, y para terminar, hay una hermosa imagen de Fito frente a una proyección de Get Back. Esa mirada, creo, condensa la de millones, quienes han encontrado en la película de Peter Jackson un motivo para creer aún en la música y el cine como refugios, para comprender que la caja de Pandora sigue funcionando y que puede haber más sorpresas. Un personaje de Crímenes y pecados, de Woody Allen, declara la comedia es tragedia más tiempo. Alguna vez, un locutor de un programa de radio me lo dio a entender; en el 2021, Get Back le da la razón.

elcursodelcine

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