De Rusia con amor

Leviathan (Leviafan, Rusia/2014). Dirección: Andrey Zvyagintsev

Andrey Zvyagintsev dirige una película cuya densidad se hace sentir. Denso es el transcurrir de sus planos morosos y cuidados; denso es el tormento que le toca vivir al protagonista en un territorio que no deja resquicio posible para respirar. Estéticamente, opta por la vía académica, esto es, el refugio que puede elegir un cineasta prolijo en sus encuadres, moderado en sus desplazamientos de cámara e irreprochable en el cuidado de fotografía e iluminación. De ahí el lirismo evocado a partir de esos exteriores que no parecen dejar lugar al espectador para el reclamo. Es que frente a un cine de calidad, la seguridad es un camino de certezas y de belleza estandarizada.

No obstante, Leviathan no invita a la mera contemplación sino que introduce ideas. La elección del título no refiere únicamente al Antiguo Testamento; más bien, incorpora el imaginario del libro de Hobbes sobre la política y el poder. Es en ese mecanismo donde comete el error en el que incurren aquellos que se arrogan la perfección visual y técnica para expresar algunas ideas fuertes pero esquemáticas acerca de una cultura, sociedad o religión. En este caso, seguimos el padecimiento sin fin de Kolya, el protagonista que no solo sufrirá las traiciones de seres queridos sino la corrupción de un grotesco alcalde decidido a arruinarle la vida. El extenso periplo desgraciado del soldado retirado se transforma en una pesada desolación que concuerda con el paraje en el que vive. Zvyagintsev intenta plasmar una dimensión metafísica del mal y para ello se apoya en ciertas referencias bíblicas que, lejos de agazaparse, asoman con cuestionable evidencia. De igual manera, introduce símbolos (un enorme esqueleto de ballena) y signos obvios (un cuadro de Putin) que acaso demuestren su impericia para congeniar el plano artístico y el ideológico. Para colmo, aparece un personaje que oficia de cura para narrar la historia de Job y lo hace según su conveniencia. Nadie es redimible en esta tierra de sombras y de corrupción

Al parecer, algunos sectores del poder político y del pueblo ruso se sintieron molestos por la mirada amarga y deprimente que del país promueve la película. Si bien se trata de un reclamo inocuo, puede ser solo atendible en un aspecto: su visión maniquea. Es como pensar que Relatos salvajes es una expresión acabada de lo argentino.

Socialismo, de Peter Von Bagh    (2016)

Película dividida en 18 capítulos a partir de un sensible e inteligente ejercicio de montaje de diversos films que cuentan la historia del socialismo. Hay un dejo didáctico en la operatoria por donde desfilan imágenes de Chaplin, Renoir, Ford, De Sica, Ivens, los rusos por supuesto, y varias citas teóricas, pero fundamentalmente lo que prevalece es un recorrido pasional que recuerda todo el tiempo cuáles fueron las bases que promovieron el movimiento más allá de los dislates posteriores de figuras nefastas. Como buen ensayo, las preguntas  se formulan a la manera de disparos,  pero la energía está puesta en mantener viva la utopía cuyos principios fueron la felicidad y la solidaridad para combatir al capitalismo salvaje. Cada parte es introducida por un epígrafe con fondo rojo y lo que se destaca, además de las referencias mencionadas y conocidas, es la aparición de testimonios fílmicos poco transitados y la irónica vía discursiva que, por momentos, atraviesa el relato con interrogantes al estilo de “¿qué hubiera pensado Marx de esto?”. Es un punto interesante en la medida en que Von Bagh analiza y piensa las imágenes oficiales desde un lugar capaz de interpelar los usos y abusos de los medios propagandísticos; incluso aquellas imágenes construidas desde una posición ideológica distinta (Lumiere, Griffith) porque hacían visible el mundo del trabajo. Pero, por fortuna, están también las otras, las de Dovzhenko y Kozintsev , entre otros, siempre irresistibles y poderosas a pesar del tiempo transcurrido. 

Hard To Be a God de Aleksei German , 2014.

Hay películas consideradas obras maestras que llamativamente se ven una sola vez, sea por la radicalidad de su propuesta o por que invitan a conectarse a partir del interés y no necesariamente por la vía del placer. Son cuestiones discutibles y subjetivas, por supuesto, pero alimentan interesantes debates. Esto pensaba mientras veía este impactante y monumental film ruso, una propuesta que debe ser de los prodigios técnicos y formales mayores en la historia del séptimo arte pero que expulsa a varios espectadores a través de una puesta en escena claustrofóbica  y asfixiante. El comienzo tiene una introducción que parece sacada de una película de Herzog:  plano general (de los pocos que se verán) sobre una aldea nevada y una voz en off que da detalles del asunto. Resulta que nos encontramos en un planeta desconocido, similar a la Tierra, pero con 800 años de retraso. Todos los signos geográfico-temporales reconstruyen con extraordinaria fotografía en blanco y negro un cierto imaginario medieval poblado de lodo, agua, mugre, fluidos de todo tipo y seres degradados por ese ambiente caótico.  Se supone que hay treinta científicos terrícolas infiltrados para observar y sin poder modificar el curso de los acontecimientos. Para reforzar esa cualidad, German pone la cámara desde el ojo del espectador en una posición subjetiva que funciona a la manera de un imán que atrae a todo lo que se cruza: los personajes entran y salen del cuadro, se chocan con el dispositivo, se cruzan, aparecen y desaparecen, siempre en medio del fango, la miseria y la precariedad. Eso genera un contacto físico y sensorial extremo que no todos pueden soportar. Los sonidos, los olores, los gruñidos, los golpes, se desplazan por la pantalla incesantemente. El contexto parece ser una guerra pero acá no hay planos generales épicos, sino un movimiento de intrusión por recovecos, es decir, un tipo de registro que elimina la idea de distancia y mete la cámara como si fuera la nariz. Transcurrida una hora, se hace difícil participar del desafío formal del director. De todos modos, si se tienen en cuenta datos biográficos del director, podría pensarse esta recreación como una parábola del presente ruso, un país con una historia intensa y por momentos, tan ominosa como el caos de Hard To Be a God.

elcursodelcine

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *