37 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA. APOSTILLAS 3

El rostro de la medusa, de Melisa Liebenthal

La obsesión por los rostros y los archivos familiares que ya se vislumbraban en su anterior película Las lindas, se reitera en El rostro de la medusa aunque con resultados poco convincentes. En esta ocasión, las fotografías de la realizadora, más que un motor productivo, son el telón de fondo para una ficción en la que una joven llamada Marina encuentra que su rostro ha cambiado. Si el punto de partida resulta interesante, el tratamiento da cuenta de un desarrollo donde la idea de exploración pretende ser más importante que contar una historia. Es decir, se trata de esa clase de películas donde las intenciones son más relevantes que aquello que vemos. Y esto se nota en la apuesta, porque más allá de la anécdota central, hay imágenes que obedecen a un registro documental más cercano a un informe antropológico que al drama individual insinuado. Son varios los clisés del (viejo) nuevo cine argentino: frases escuetas, diálogos banales, humor solapado, personajes a la deriva atravesados por angustias urbanas  y actuaciones parcas. Su espíritu lúdico y su voluntad reflexiva son cuestiones que quedan relegadas a un ejercicio ensayístico. Hay alguna escena simpática (aquellas en las que aparece la familia de la directora), pero, en una visión de conjunto, priman un manejo posible de materiales que conducen a una abstracción carente de alma y de emociones y  una forma desganada de comprender cómo funciona el absurdo. Incluso, los primeros planos sobre los animales son portadores de ese gesto ligero y apático.

Lobo e cao, de Cláudia Varejao

Una isla en el medio el océano Atlántico llamada Sao Miguel. Todo lo idílico que puede ser el paisaje no se corresponde necesariamente con la idiosincrasia del lugar y con siglos de tradición donde la religión y el mandato patriarcal determinan conductas y asigna tareas según las concepciones sobre lo masculino y lo femenino. Cómo romper ese cerrojo a través de nuevas generaciones que pretenden un mundo más libre y abierto a las propias elecciones es uno de los ejes centrales de la película. Ana y Luis son los jóvenes que catalizan esta necesidad de comprensión y de aceptación, y quienes ponen en crisis un universo consagrado al trabajo (la pesca) y las procesiones católicas. Dos son los mundos, entonces, que colisionan. El de los adultos atados a las convenciones y el de los jóvenes que, con espíritu festivo, consolidarán sus rituales mientras los demás duermen o miran para otro lado. Asumir las identidades sexuales sin prejuicios, bailar, festejar, son formas de resistencia que, a pesar de las dificultades, buscan ser la menos el comienzo de un cambio de mentalidad en la isla.

Se nota el pulso documental de la realizadora y un trabajo con la comunidad que no resulta forzado. Pero esa misma impronta documental resiente, acaso, la fluidez narrativa de una ficción que no parece terminar de armarse más allá de algunas escenas notables, sobre todo cuando se produce la llegada de canadienses al lugar, lo que potencia los deseos y las fantasías, además de la vitalidad. Varejao postula una necesidad: desatar los nudos familiares y ancestrales para un mundo más justo y libre.

Réduit, de Leon Schwitter

Una primera impresión es que en quince minutos se puede inferir todo en la película, desde el punto de vista estético y narrativo. La relación, áspera como el paisaje, entre un padre y su pequeño hijo es la tesis que pone en escena con mínimos recursos el director. La visita del niño se prolonga más de lo previsto como consecuencia de una demanda paterna fundada en la soledad y la frustración, entonces cierta tensión se construye gradualmente, conjugando los dilemas emocionales con los de supervivencia en un territorio inhóspito e inabarcable.

Una de las ideas recurrentes en el cine que vemos por los festivales es la deshumanización progresiva de los personajes. Hay, en este sentido, una especie de regresión hacia instintos bestiales y mucho tienen que ver los ambientes y las circunstancias. Este determinismo, de índole naturalista, parece atravesar diversas propuestas, como si se tratara de fotogramas de una misma película, eterna. La puesta en escena y ciertas resoluciones dramáticas nos internan generalmente en un espacio sórdido, frío, que genera distancia. Réduit no escapa a estas intenciones y los Alpes devienen como el lugar ideal para asociaciones del estilo, fundamentalmente porque el encierro no tiene que ver con interiores pandémicos necesariamente, sino con aperturas hacia lo inconmensurable. No obstante, esto no impide pensar en una postulación implícita sobre la obsesión que tiene el padre con la posibilidad del fin del mundo. Así lo deja ver su modo de vida basado en conservar alimentos en un reducto cuyos rasgos están más vinculados con un refugio que con un hogar.

Y en este lacónico esquema, el pequeño debe decodificar y contener los dilemas de un padre afectado que busca retenerlo cuando debe regresar con su madre. Eso es todo lo que se ve. Lo importante es lo sugerido. El mayor inconveniente es que este drama minimalista, filmado con prolijidad de laboratorio, agota sus procedimientos tempranamente.

So Much Tenderness, de Lina Rodríguez

Una primera secuencia que prescinde absolutamente de diálogos es la mejor carta de presentación para dar cuenta del drama de la inmigración. Una vez que se ordenan las piezas (a pesar de algunas elipsis que no cuadran bien), advertimos que la protagonista, Aurora, llega a Canadá escondida en un baúl para huir de una tragedia familiar en Colombia, escenario donde han matado a su marido. Más tarde, arriba su hija Lucía y entonces la vida de ambas se reconstruye en tierra extranjera, con dolor y con el afán de hallar la verdad a la distancia. En otras palabras, el viejo dilema de quienes padecen situaciones adversas en sus países de origen y pretenden hallar un horizonte civilizado en el primer mundo, un ideologema que puede conducir a la tentación de maniqueísmo ilustrado.

En este contexto, el vínculo y la fuerza entre ambas mujeres construyen un bloque de resistencia a las dificultades de adaptación, al fantasma de lo ocurrido en el pasado, e incluso, a la misma convivencia. Las conexiones y desconexiones que padecen encuentran su fundamento en una especie de arritmia narrativa que el montaje ofrece. Hay escenas estiradas de modo un tanto arbitrario (el tema del corte en la cultura digital es una cuestión a pensar) y otras en las que un mayor desarrollo habría aclarado algunas lagunas, independientemente de la apelación a los espectadores para completar espacios vacíos.

Como puede apreciarse en el contexto del festival, asistimos a otro caso más donde las cuestiones ambientales no son ajenas. Justamente, las razones del crimen aludido obedecen a la necesidad de frenar a los activistas rurales frente a los embates capitalistas, hecho que justifica la condición laboral de la protagonista como abogada especializada en ese rubro (y que su nueva realidad obligará a mutar en la enseñanza).Hay un descentramiento constante, una fuga hacia zonas que no terminan de hallar su cauce más allá de poner en escena un estado de ánimo o de legitimar actos cotidianos. El problema es de qué modo se ensamblan y qué efecto generan estas partes finalmente allí donde la incertidumbre reina por completo, sobre todo si nos interrogamos qué se quiere contar cuando no se quiere cortar.

elcursodelcine

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