37 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA. APOSTILLAS 4

O trio em mi bemol, de Rita Azevedo Gomes

Una obra inédita de Éric Rohmer es la razón de la existencia de la decorosa y exquisita película de Azevedo Gomes, sostenida principalmente a base de planos fijos y diálogos que construyen progresivamente tensiones creíbles gracias al desempeño actoral. Dada la matriz teatral del proyecto, asistimos a locaciones acotadas y a un ejercicio dramático que, si bien no carece de elegancia, está teñido de peso intelectual en demasía y encuentra su forma cerrada en pocos recursos. Evidentemente, es otra hija de la circunstancia de pandemia. Pierre Léon y Rita Durão juegan, interpretan a una pareja que ya no lo es, se interpelan con amabilidad, apenas algún intercambio ríspido se asoma, pero en general el tono es ameno. El tema es que, paralelamente, vemos que esto es parte de un ensayo para una obra que nunca termina de armarse dada la inseguridad de su director, un tipo excéntrico y taciturno. El marco es una casa de playa y desde la primera secuencia se advierte que el desarrollo será la reformulación de la pequeña historia: Paul le reprocha a su ex mujer la relación que tiene con Tito, su novio actual, el personaje fuera de campo, cuya afición por el rock es incompatible con su pasión con Mozart. Cada conversación pretende evocar al fantasma de Rohmer, con planteos filosóficos tamizados por una ligereza cotidiana. La otra referencia, que ya aparece sugerida desde el título, es Mozart. En este sentido, uno de los aciertos de la directora portuguesa es sostener un ritmo acorde a una modesta sinfonía. Con pocos cortes, las escenas fluyen con naturalidad, y mucho tiene que ver el gran trabajo de León y Durão. La propuesta goza de libertad, sin embargo, no puede disimular su academicismo o, más bien, una especie de estatismo y recurrencia que encuentra sus picos dramáticos en contadas ocasiones.

Hallelujah: Leonard Cohen, a Journey, a Song, de Dayna Goldfine y Dan Geller

En 1984, luego de un proceso de escritura que llevó siete años, Leonard Cohen le regala al mundo un himno: Hallelujah. La canción apareció en el álbum Various Positions y Columbia no quiso distribuirlo en EE.UU. La nefasta imprudencia no impidió que se conociera: Dylan la difundió en sus recitales, John Cale la versionó maravillosamente al piano, Jeff Buckley la martirizó y toda una generación se pegó al coro de un tema que se han apropiado desde bandas sonoras como Shrek hasta cualquier reality show que dé vueltas por el mundo. Todo esto y mucho más cuenta este entretenido y emocionante documental sobre el gran trovador, el hombre de traje, el escritor y el compositor canadiense, uno de los más importantes de la historia de la música. Y por supuesto, el motor es el derrotero de la canción, con múltiples testimonios. Hallelujah es tantas cosas que resulta muy difícil dar cuenta de su complejidad, por ello, las diferentes voces argumentarán que trata sobre los motivos para componer, sobre el poder de la palabra y de la Palabra, sobre el deseo sexual, sobre las diferencias sexuales, pero fundamentalmente acerca de trascender lo dual y buscar la reconciliación. Además, una de las aristas más jugosas de la película es la labor rigurosa por seguir las versiones, con partes y finales diferentes. La conclusión es que estamos ante la perfecta simbiosis entre un texto sagrado y la música pop. Una delicia y un eterno obsequio de Leonard Cohen.

La uruguaya, de Ana García Blaya,

Basada en la novela homónima de Pedro Mairal, la película de García Blaya está planteada como una comedia amable y bien narrada sobre un escritor de cuarenta años, en crisis con su edad y con su cuerpo, entre otras cosas. El tipo está en pareja, pero tiene una coartada para encontrarse en Montevideo con una chica más joven. Cruza el charco con la excusa del mercado cambiario y en esas idas y venidas mantiene una relación cuyo signo más importante es que se dilata la posibilidad del sexo. Hay cierta frescura en el modo en que se desarrolla la trama y las actuaciones fluyen con naturalidad a través de diálogos amenos y situaciones donde prima el humor. La primera observación atañe a la política de adaptación cinematográfica. Lejos de ofrecer una fidelidad al texto literario, la película da cuenta de un cambio de perspectiva importante: son las mujeres las que llevan los hilos del relato amén de que sea un hombre el protagonista. En este sentido, se desnuda progresivamente (aunque de modo un tanto subrayado) un comportamiento machista que linda con lo patético y que, como era de esperar, tendrá su castigo. Allí reside uno de los problemas: todo aquello que brilla desde el punto de vista musical y visual se resiente con la imperiosa necesidad de bajar línea, incluso con maneras de hablar que ya son parte de estereotipos dada su recurrencia. Otro cantar es la manera de recorrer Montevideo. Allí se encuentran los mejores momentos porque parecen más hijos de la libertad y de la espontaneidad que del imperativo discursivo.

El prodigio, de Sebastián Lelio

En la era de las películas pensadas y concebidas para plataformas, El prodigio cumple con las reglas de manual: una estética conservadora que no ofende a nadie, una puesta en escena que se destaca por su virtuosismo técnico y un armado narrativo simple y claro. Pero como detrás hay un supuesto autor de nombre reconocido, debe existir una pequeña señal para que la despersonalización no sea absoluta. De allí la arbitrariedad de un prólogo y un epílogo ambientados en un estudio cinematográfico que nos conducen hacia la historia y nos despiden con una sentencia (pobre) y solemne. En el medio, el relato sobre una enfermera en 1862 que acude a una pequeña comunidad irlandesa para investigar el caso de una joven que no ha ingerido alimentos en los últimos cuatro meses y mantiene su aspecto igual. La gente acude al lugar para conocer el milagro. A partir de ese momento, la puja entre la ciencia y la religión será el nudo a desatar. El formato que elige Lelio es el del thriller psicológico y por ello mantendrá una atmósfera de represión y de misterio, pero que nunca alcanza la suficiente intensidad como para despejar de los parámetros de la corrección. En otros tiempos, los franceses la hubieran mandado a la hoguera del qualite.

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