QATAR 2022. SEMIFINAL 1: EL POTRERO

Minuto 39. Una salida rápida de Argentina desde su área desemboca en una corrida de Julián Álvarez a todo trapo. El pibe no para, le da para adelante. Tiene opciones de pase a los costados, pero no le importa, incluso asumiendo el riesgo de que lo puteen los hinchas en la cancha y detrás de los televisores y pantallas del mundo. Se tiene confianza, avanza como un toro. Al fin y al cabo, piensa, qué tanto automatismo, qué tanta perfección vacua, qué tanta obediencia. Lo favorece un rebote, pero en realidad habría que ser justo y decir que el rebote le queda porque él llegó hasta ahí y ese escenario posible se dio gracias a su coraje, el mismo que alguna vez tuvieron Kempes, Diego y tantos chicos de la Argentina. Acaricia la pelota con un último toque y festeja el segundo gol de la selección. Se acerca a abrazarlo el ídolo, con quien soñó de chiquito compartir un mundial. Messi parece cobijarlo hasta hacerlo desaparecer en sus brazos. La cámara toma en la tribuna a Ronaldinho aplaudiendo. Tres rostros de alegría, tres expresiones de POTRERO, esa experiencia que nos quisieron sacar los gurúes discursivos, los emuladores de Europa cuyas ligas principales se han nutrido de jugadores al punto de canibalizarlos. Hoy Argentina, y en este mundial, recuperó el espíritu del potrero, no para desafiar o desdeñar la preparación física, la táctica y la técnica, sino para recordarnos que existe el corazón y ese hambre primigenio producto de la pasión, lejano a la especulación intelectual o la saraza que venden los que se ponen por encima de los jugadores. Este equipo no solo demostró temple, reacción ante la adversidad, sino alma e inteligencia, unión, pero sobre todo, potrero, mucho potrero, más allá de los millones que mueve el fútbol como negocio. Tuvimos técnicos preocupados por el corte de pelo, otros soberbios que relegaron figuras para acaparar la atención o morir con sus botas puestas (lástima que eran de nylon) copiando modelos foráneos fanáticamente, también los que no se atrevieron a jugársela por los más atrevidos en circunstancias acuciantes u otros pelados impresentables (con representantes rapaces y mucha prensa) que embarullaron todo. Afortunadamente, hoy el cuerpo técnico pasa desapercibido sanamente porque su trabajo es silencioso y eficaz, un grupo de ex jugadores que se reparten bien las tareas, que contemplan variantes, que tiene plan B y que sabe potenciar y rodear al mejor (Sabella inició ese camino). Argentina está en una nueva final, está rompiendo récords individuales y colectivos. Falta un paso más, el más importante, pero hay que agradecer y tener esperanza en este proceso que, sin duda, no deja de ser una transición con chicos jóvenes y con ese horizonte que quisiéramos postergar indefinidamente, la edad de Lionel Messi. Pero para qué pensar en ello ahora. Ahora es fiesta, ahora es decir gracias y valorar la presencia en una nueva final, en su justa dimensión.

Argentina jugó el partido contra Croacia, el menos sufrido. Veníamos con la presión arterial demasiado alta como para tener otro alargue u otra definición por penales. Los primeros minutos, al igual que con Países Bajos, parecieron de estudio pugilístico. La diferencia fue la disposición táctica con un 4-4-2 inédito para esta selección, una decisión que permitió poblar mejor la zona más fuerte para el rival, provisto de un pie exquisito en Modric y Kovacik principalmente. Lo cierto es que Argentina le cedió la pelota a Croacia y esperó el momento justo para lastimar. A esta altura, podría afirmar, sin pudor a decir una barbaridad, que la selección albiceleste utiliza como estrategia dormir la intensidad de los contrarios para buscar ese lapso de vulnerabilidad con cambio de ritmo. Generalmente ha sido Messi quien ha roto el cerco. Hoy lo marcaron bien y cada vez que agarró la pelota lo seguían de a tres. Para colmo había algo en la zona de los isquiotibiales que lo incomodaba y que despertó la inquietud en millones de ojos detrás de las pantallas del país. Fue en ese preciso instante en el que el partido se congelaba y donde se abría un hiato de incertidumbre, que llegó la posibilidad de abrir el marcador. Un pase magnífico en profundidad de Fernández dejó a Álvarez cara a cara con el arquero. Penal. Lio le pegó fuerte y arriba. Gol, como si fuera un regalo del cielo. Sobre el segundo ya hablé. Si bien los fantasmas del encuentro de cuartos de final se empeñaban en entrar a la cancha como el diablo al cuerpo de Regan en El exorcista, Croacia no tiene el físico ni la juventud de Países Bajos, por lo que el asedio lógico en busca del empate fue perfectamente neutralizado por un medio campo y una defensa superlativa. Solo un milagro inesperado podía enturbiar una tarde perfecta y tranquila. No obstante, el ojo estaba puesto en el diez, en su molestia. Y la respuesta a la incertidumbre apareció en el minuto 69, con otra bravuconada de potrero, con Messi paseando a uno de los mejores defensores de este mundial por derecha, pasito para aquí, pasito para allá, ingreso al área y habilitación hacia atrás para el otro cara sucia de Álvarez, ubicado perfectamente de nueve para empujarla. 3 a 0. Enorme actuación que invita a soñar. Pura emoción. El potrero está con nosotros (y con nuestro espíritu). Listos para lo más grande, pero agradecidos por lo hecho.

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