Los delincuentes, de Rodrigo Moreno (2023)

En Los delincuentes, la última película de Rodrigo Moreno, hay gente que está cagada a palos por la rutina laboral, las obligaciones y la perversa maquinaria claustrofóbica de la vida bancaria. La dependencia por donde se mueven los empleados es una especie de cueva que remite a Balada de la oficina de Roberto Mariani, sobre todo al comienzo: “Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. Él está caído en la calle como una blanca mancha de cal.” Y así entra Morán, uno de ellos, como tragado por ese espacio, ensimismado, con su bolso a cuestas. Pero la cueva también podría ser el tétrico ambiente en el subsuelo de La isla desierta de Roberto Arlt, donde, disciplinados y en fila, los trabajadores soportan el calor y detestan los sonidos de los barcos que parten hacia un horizonte que es inalcanzable para ellos. No obstante, tanto Arlt como Moreno, le confieren a un personaje la posibilidad de romper con dichas estructuras monolíticas. Preso del sopor y de un estado existencial dominado por la lógica de lo mismo, Morán hará justicia a su modo: robará la suma de dinero correspondiente a los años que le quedan para jubilarse. Con dicho plan, arrastrará a su compañero Román. Se trata de un gran golpe pero jamás elevado a la épica gangsteril, más bien desdramatizado, calculado y abierto al azar del destino. Como la trama misma. Porque si hay algo destacable en su armado es la apertura lúdica/novelesca y el juego con el número dos, una base estructural que habilita caminos alternativos e inesperados.

Se podría pensar la primera parte de la historia en relación al género de los Caper Films, esa gloriosa modalidad de atracos meditados y frustraciones varias. Dar el gran golpe implica correrse del camino del ratón y transgredir el imperativo moral de una sociedad alienada en el deber sin la retribución correspondiente. Morán piensa en una forma de justicia laboral; Moreno filma con justicia poética. Allí donde los hechos podrían encaminarse a la dinámica de un conflicto central excluyente, la segunda parte de la película se consagra a los personajes, a cómo lidian con sus emociones y a cómo se desplazan de la jungla urbana hacia el interior. Dos personajes, dos mitades, dos tonos y dos formas de enfatizar la cuestión del dinero.

Duplicidad que aparece diseminada en otros signos, anagramas y situaciones. También en una manera de hacer cine que remite desde el presente a una tradición (de las décadas del sesenta y del ochenta, principalmente) visible en los encuadres, el uso de la música y la mirada sobre Buenos Aires. Y que, además, se conecta con ciertos relatos contemporáneos que evaden la consecución lógica/causal para incorporar otras aristas existenciales. En este sentido, tanto Morán como Román son los pilares que sostienen un derrotero propicio para la libertad, para hacer del tiempo una materia moldeable, al igual que los vínculos afectivos, amorosos, guiados por la sorpresa y la casualidad, enmarcados en otro tipo de ámbito (natural) donde acaso ya las palabras no alcancen para dar cuenta de la experiencia y sí el cine en todo lo que tiene de materialidad. Ser libre estando encerrado, estar encerrado estando libre. Todo depende del punto de vista de cómo lo vivamos. Del trabajo, del empleo del tiempo se habla, sí, pero también del amor y de lo que uno arriesga por ello.

elcursodelcine

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *