La sociedad de la nieve, de Juan Antonio Bayona, 2023

La historia de la tragedia de Los Andes padecida por un grupo de jugadores de rugby y varios familiares ya ha sido contada en libros, programas de televisión, películas y testimonios a lo largo del tiempo. Lo que puede esperarse de cada nueva versión en el cine es una adaptación pensada a partir de un inevitable horizonte: estamos ante un arte mediatizado por la tecnología. De este modo, la épica irá alimentándose a partir de nuevas posibilidades que permitan potenciar los efectos dramáticos del caso. Y eso propone y logra Bayona con esta nueva versión: adrenalina, alto impacto y espectacularidad en medio de la desgracia. Como producto mainstream funciona y es efectivo. Y si bien la memoria del milagro es larga y perpetua, el recuerdo de la película será corto. Esto no es un pecado. La virtud del llamado cine catástrofe es su carácter pasajero; el propósito narrativo, calculado y eficiente. La sociedad de la nieve provoca, más allá del tema, un placer inmediato, clava al espectador en la butaca como si estuviera en el avión, mantiene la tensión al palo en las situaciones límites y crea una potente interacción. Sus recursos son legítimos porque no los disimula, a pesar de que gran parte de la lógica constructiva sea la de la mayoría de las series del momento: un tiempo para la acción, un tiempo para los diálogos morales. Este último aspecto queda de manifiesto desde el principio a través de la voz en off que oficia como guía. Quien nos habla es NumaTurcatti, un amigo de la delegación, de los que viajaron para dar una mano con el equipo. La elección de ese registro enunciativo tiene una doble consecuencia. La primera, la terrenal, es observar los hechos desde un lugar externo y fortalecer la perspectiva de los espectadores; la segunda es de carácter metafísico y se vincula con la misma idea de destino. ¿Caprichos de los dioses, azar, mala suerte?

Si hay un rasgo distintivo, es la capacidad para recrear a través de la impresionante puesta en escena algunas de las situaciones vividas. De este modo, el hecho de tener que comerse los cuerpos puede derivar en el imaginario del terror. Esta confianza en las posibilidades del cine compensa cierto esquematismo en la construcción de los personajes, todos lavados por un mismo registro dramático. Y en esta misma sintonía, una avalancha puede ser de lo más aterrador que se haya mostrado, capaz de cortar la respiración, y un aliciente frente a diálogos que son de manual. El resto es un cúmulo de emociones guiadas e inevitables dada la naturaleza de la hazaña. Tal vez produzca más escalofrío y otro tipo de emociones más valederas ver los nombres y apellidos de las víctimas inscriptas en pantalla.

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