La memoria infinita (Maite Alberdi, 2023)

La puesta en escena de la memoria es parte de un trauma individual e histórico. En esa conjunción se juega la película, a pesar de que la historia de amor parezca más importante que la otra, la política. No es un aspecto menor la primera historia. En un mundo tan individualista, tan lleno de “Likes”, donde predominan los “Haters” por todos lados, hay un inmenso acto de amor, sobre todo por parte de una mujer que acompaña incondicionalmente hasta donde puede.

Del mismo modo que la Pauli y el Augusto se acarician, nosotros sentimos y acariciamos la película. Entrega, renuncia y amor. Es más una experiencia que se vive. Por eso, Alberdi elude los testimonios y algunos recursos expositivos habituales del documental en un sentido convencional. También evade los mecanismos de la ficción tortuosa (cf. películas sobre el Alzheimer). Lo que hace es poner los hechos para borrar las fronteras genéricas. Las entrevistas y los archivos incluidos están muy bien sincronizados, no son materiales añadidos por acumulación de sentido. Nunca se interrumpe lo que está en el centro, la intimidad de la pareja.

Hay allí conversaciones con sentido, que algunos llamarán profundas, pero que se oponen a los tiempos y a los modos de vida moderna. Esto es verdadera intimidad, aunque la paradoja es que, para comprenderla, hay que mostrarla.

Claro está, la otra historia es tremenda y escenifica una paradoja aplastante: cómo un guardián de la memoria finalmente la pierde progresivamente frente al Alzheimer. La enfermedad es un móvil para representar una memoria que se diluye, con una generación también, de un Chile y de una ética del periodismo que ya no parece existir. Góngora ponía su cuerpo para entrevistar, se acercaba empáticamente a las personas, un modelo que ya no se ve.

Y es clave ese archivo donde presenta su libro en 1983, porque habla de la memoria emocional, no de las cifras frías de burócratas. Una sociedad está constituida de sus dolores y de sus conquistas. Por ello el ejercicio de la memoria involucra la cabeza, pero también el corazón. Asumir los duelos, afrontarlos.

La película revela un esfuerzo, el de narrar una última crónica para enfrentar al olvido. Y uno de sus méritos es evadir esa idea de que todo tiene que estar segmentado hacia una única dirección anímica. El montaje involucra esos momentos alegres, como también dolorosos y tristes.

Podemos tomar dos momentos, producto del registro de la Pauli. Al comienzo, una imagen desenfocada lo muestra al Augusto en la cama, recién despierto. Paulina se acerca y comienza su habitual rueda de estímulos. Más adelante, la misma cualidad de registro, devela la parte más dolorosa, las crisis nocturnas.

Ahora bien, una cosa es el registro propiamente dicho de Paulina y otra es el montaje de Alberdi, lo que ella hace con ese material. Las primeras imágenes desenfocadas de Augusto seguramente se deban al desconocimiento técnico de Paulina, pero integradas en la película adquieren otro sentido y acaso las vinculemos con la misma distorsión que produce la enfermedad. Lo mismo sucede con la desesperación de esas noches en vela. Una cosa es vivirlas y otra distinta mirarlas ya en pantalla como parte de una película. La elección de no poner fechas es importante: ayudan a plasmar la desorientación temporal desde el punto de vista de Augusto.

Por supuesto que detrás hay un relato construido por Alberdi y también un pacto que permite habitar la intimidad. Es una película de pactos, además, entre Augusto y Paulina, entre Paulina y Maite, y entre ellos tres. La idea fue de Alberdi y surgió a partir de ver cómo Augusto se involucraba en los ensayos de Paulina. Ese mundo de contención la conmovió. Convenció a Augusto, le costó mucho hacerlo con Paulina. Terminó siendo una decisión de varias personas. Augusto quiso hacer la película, tal vez porque sabía lo que es el cine y lo que significa para la gente.  Augusto “fue el primero que quiso hacer esta película, porque sabía que compartir su fragilidad y la forma en que él y Paulina la enfrentaban a través de un amor muy auténtico, traería luz a otros”, relató Maite Alberdi,

Alberdi, una vez más, representa a adultos con espíritu de niños. Lo ha hecho en sus documentales anteriores y lo hace ahora, aunque el espíritu lúdico de Góngora y su vuelta a la infancia sean a causa de una enfermedad. De allí, cómo se resignifican en la película esas intervenciones ingenuas, pero no menos conmovedoras.

La dupla se convierte en un encanto contagioso, devienen en personajes, siempre gracias al proceso de montaje, que toca la sensibilidad, pero hecha con mecanismos legítimos. El impacto emocional se funda en la sinceridad.

El material nació mayormente en la pandemia. Paulina grabó horas y horas para conservar un registro de la enfermedad. La conversión en materia cinematográfica es de Alberdi. Las lágrimas no son un juego en este caso ni un sufrimiento, acaso una esperanza y una motivación que nunca son posibles sin entrega ni empatía.

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