Holy Motors (Léos Carax, 2012) Una película insomne

(Extracto de la clase de cine debate dedicada a la película)

El comienzo es un prodigio y remite a la capacidad alucinatoria del cine, un arte que tiene que ver con la caverna platónica, con la profundidad de la noche, con la sociedad del espectáculo que nos adormece, con tantas cosas encerradas en esa escena onírica. ¿La gente está dormida o ametrallada por tantos estímulos visuales? ¿Se han muerto por aburrimiento? ¿Están deslumbrados? ¿Nos están juzgando? ¿O somos nosotros su película? Un comienzo que además nos conduce a una tradición de la literatura fantástica de Hoffmann, Kafka y Lewis Carroll.

Es decir, una posible línea de análisis puede ir en torno a la idea del cine como motor de sueños y de deseos. También un homenaje al hecho de actuar. Oscar como referencia (¿irónica?) a los premios y a la industria. Ni hablar de la aparición de Edith Scob, quien fuera la protagonista de la legendaria Los ojos sin rostro, de Georges Franju (1960)

La narración parte de una idea contemporánea fundamental en el cine: el desvío. Una puerta mágica que conduce a una sala de cine a partir de un sueño, posiblemente. A partir de ese momento, Lavant tomará las riendas del relato como el señor Oscar.

Cada episodio remite a un género. El segundo, especialmente, se conecta con lo ultramoderno impreciso en el que el cine deviene como videojuego, pero el ballet futurista remite a los orígenes del cine (cfr las imágenes de Marey que se intercalan constantemente) Se trata de ver el movimiento y estudiarlo. En este contexto, en el de la tecnología digital, es como si se planteara una refundación del cine, una vuelta a los comienzos para redescubrirlos a la luz de las nuevas posibilidades mecánicas.El principal impacto se da también sobre la lógica narrativa, en tanto y en cuanto su carácter de obra abierta desarma la teoría de un conflicto central, unívoco. ¿A qué alude la película si no es precisamente a la dimensión originaria de la materia libre de todos los relatos? La ficción como una máquina interminable de relatos que sustituyen al Relato, como un bucle sin fin que goza de su autonomía. Y en esa puesta en abismo, es lógica la escena en la que el actor mata a su doble, y ya no sabemos tampoco con quién seguimos el viaje. Las identidades se confunden y se diluyen.

Narración/viaje con diversas paradas donde confluye lo bello y lo feo, lo sublime y lo ridículo. Un viaje plagado de rupturas, donde se rechaza la homogeneidad de un conflicto central. Al mismo tiempo, las múltiples perspectivas que asume Lavant quiebran cualquier atisbo de identificación y empatía únicas con el espectador. Un universo guiado por una lógica de transformismo. Un mundo de avatares.

«La implicancia es también es existencial: ¿nos seremos acaso actores y actrices involucrados en una trama para eludir el mundo cotidiano? ¿No es la película un juego de roles? ¿Quién es Oscar? La aparición de Piccoli no resuelve demasiado. ¿Es un actor cansado ya de su trabajo, totalmente descreído, al que le resulta difícil trabajar ante unas cámaras invisibles “que se volvieron más pequeñas que nuestras cabezas”? Los signos de la representación se han borrado y solo queda “la belleza del gesto”, la actuación en estado puro.

Tal como lo plantea Oscar, el prosigue por la belleza del acto, ante lo que su interlocutor le responde que la belleza reside en el ojo del espectador. Para su infortunio, no existe espectador que pueda ser capaz de apreciar dicha belleza. La dualidad entre realidad y ficción que se nos plantea constantemente nos hace dudar si realmente llegamos a conocer al verdadero Oscar, o al que creemos que es el verdadero Oscar no es más que otro personaje ficticio que interpreta. De ahí en más descubrimos que el mundo está lleno de actores que cumplen con sus respectivas “citas”, y que no estamos más que inmersos en una ficción constante, en un reiterativo reality show, ante la necesidad de un consumo desmesurado que no ha hecho más que desvalorizar un oficio que ya no existe como tal.»


«Es una forma de estar cansado en el mundo y de reinventarse todo el tiempo. El cuerpo es también un motor sagrado y se está extinguiendo. La resistencia es la misma actuación de Lavant, de raigambre cinematográfica, teatral, de feria, de circo. Es un atleta de la actuación. La fascinación por el desplazamiento se corresponde con la fascinación de Marey frente al movimiento del caballo.

El mundo se ha transformado en una ilusión, todo lo sólido se desvanece en el aire.»

«El mundo dominado por el ruido de los motores es hoy historia. Los humanos ya no quieren máquinas visibles. No quieren más motores. No más acción. Nuestra vida social funciona en torno a lo informático/digital: todo es representación, todo es simulación. Y en este contexto de multipantallas nuestra identidad se multiplica. Podemos ser otros sin ser vistos. Sin salir de casa, como el actor en su limousine.»

A030_C012_0831SL

elcursodelcine

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *