Pobres criaturas (Poor Things, Yorgos Lanthimos, 2023)

Lanthimos se ha convertido en una especie de Lars von Trier. Los itinerarios son parecidos. Ambos tienen comienzos promisorios de carreras que se muestran estimulantes, incluso asociadas a sus contextos de producción, y progresivamente se van inclinando hacia zonas donde las decisiones estéticas pueden incluirse en los manuales del  perfecto impostor. Esto no desmerece las cualidades que hemos aplaudido en esas películas de inicio, pero nos permite mirar de reojo los excesos tramposos de las últimas. Pobres criaturas tiene lo mejor de una etapa y lo peor de la otra: una relectura en clave femenina de Frankenstein, una reelaboración de relatos góticos y una puesta en escena cuya desmesura es absolutamente cambiante y disfrutable; al mismo tiempo, un regodeo personal  y una versión “importante” (pero con la misma intrascendencia) de las intenciones de Barbie.

Y acaso uno de los problemas visibles de esta clase de películas es que quienes escriben sobre ellas se amparan en la sagrada cita o referencia literaria/cinéfila. No obstante, pelada la cebolla, solo queda olor en las manos. Podríamos estar horas hablando de las diversas paradas en el viaje de Bella como las fases de la vida y mencionar a Freud para dar cuenta de la infancia, y perdernos en elucubraciones teóricas como seductoras. De Lanthimos solo queda el virtuosismo como vicio inherente.

El artificio inunda todo en este mundo paródico del afán científico, donde la creación de un experimento tras el suicidio de una mujer se transforma en un bizarro alegato de la independencia femenina. Los excesos le sientan bien a Lanthimos y si la excentricidad de películas como La favorita ya develaba su necesidad de marcar omnipresencia, hay zonas de Pobre criaturas que lo consagran como un campeón del llamado de atención. En semejante propuesta, hay zonas frescas y estimulantes, sobre todo por la gracia de Emma Stone haciendo de una beba en cuerpo de mujer adulta, escupiendo comida, jugando a cortar cadáveres y excitándose cuando descubre el placer. Son actos que se entienden en un marco genérico que se ríe de la moral y la seriedad victoriana. Todo el proceso de descubrimiento del mundo que hace la protagonista es inverso al sufrido proceso del monstruo creado por Mary Shelley. Bella (así se llama la criatura) se escapa de su creador (God) y sale a gozar de la vida en todo lo que tiene de sensitiva, acompañada por un libertino. Despojada de toda moral, vivirá intensamente esa experiencia, pero además hallará un posicionamiento ideológico con respecto al mundo y a los hombres. Entonces, en este tramo, la película cae en un tufillo de oportunismo que se complementa a la perfección con los irritables artilugios de cámara y la autocomplacencia del director.

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