BAFICI 2021. PELÍCULA DE APERTURA. BANDIDO, DE LUCIANO JUNCOS

Nunca las películas de apertura y de clausura de un festival son casuales. Ambas proyecciones están teñidas de una funcionalidad política y de una política de programación. En esta edición, el Bafici abrió con Bandido, del realizador Luciano Juncos. Que el autoponderado nuevo cine cordobés emule al cine porteño sin querer reconocerlo es toda una cuestión; pero que se perciban aires de películas como El ciudadano ilustre, ya es un problema. ¿Qué tienen en común ambas? Una mirada uniforme y estereotipada sobre los protagonistas y sobre esa categoría tan problemática que se llama pueblo, que cuando no es invisible, tiende a la caricatura. Basta ver y oír, sobre todo oír, para darse cuenta de los problemas que aparecen y desde dónde se mira. La nobleza de una no impide estar cerca del carácter retrógrado y monolítico de la otra.

No obstante, lo primero es la apariencia: una historia noble, sentimental, con un personaje que pide a gritos ser querido. Laport, bien. Alguna vez, en lugar de gastar tanta pólvora verbal, se darán cuenta de que si un actor o una actriz son o no televisivos en pantalla grande no depende de ellos sino de quien dirige. En este caso compone a un cantante (dentro de las tantas indefiniciones y confusiones que presenta el guión, no se entiende bien qué género musical lo hizo famoso) llamado Roberto Benítez (¡justo Roberto tenía que llamarse!) que atraviesa una crisis, la del tipo que debe deambular por clubes y grabar temas viejos para mantenerse visible, aunque sea para las viejas fans. La diferencia de esta versión vernácula, en relación a tantas otras extranjeras que surgen enseguida en la mente, es el tono llorón más vinculado al tango que al cuarteto. Este camino se confirma cuando a partir de un robo, Benítez se reencuentra con un viejo amigo y con un barrio al que intentará ayudar, dado que quieren instalar una antena de telefonía, hecho que amenaza la salud pública.

En los planos que se consagran a filmar el cansancio del personaje está lo mejor que puede ofrecernos el director y en el contacto con su hija (más allá de que el cine digital haya exterminado los primeros planos en el cine). El resto, un camino bastante trillado, el de la estrella cansada cuyo cuerpo dice basta. En algunos diálogos y sentencias que pronuncian los demás, lo peor (sobre todo ese momento en donde da un discurso el amigo y dice algo así que las empresas pueden tener “sus buenas razones”) es la uniformidad y la ingenuidad en el desarrollo de las tensiones, así como el grado de esquematismo de quienes conforman ese mundo que rodea al protagonista, desde los funcionarios hasta los policías, desde los delincuentes hasta los vecinos. El cine argentino vuelve a confirmar dos graves problemas: los modos de hablar y la imposibilidad de trazar un mapa de aquello que no conoce más allá de la televisión.

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