CÓMO RESPIRAR LITERATURA SIN DEJAR DE HACER CINE. FERRERI Y BUKOWSKI

HISTORIAS DE LA LOCURA ORDINARIA (STORIE DI ORDINARIA FOLLIA) DIRECCIÓN: MARCO FERRERI. BASADA EN ERECTIONS, EJACULATIONS, EXHIBITIONS AND GENERAL TALES OF ORDINARY MADNESS DE CHARLES BUKOWSKI . ITALIA/FRANCIA, 1981

La extraordinaria película de Marco Ferreri, lejos de obedecer a los mandatos sagrados de ciertas políticas de adaptación literaria basadas en una supuesta fidelidad, toma textos de Bukowski para eludir cualquier pretensión de biopic convencional y para transmitir, en todo caso, una atmósfera que materializa la obra del genial autor sin descuidar los medios de la expresión cinematográfica. En efecto, no hacen falta los nombres propios ni la abundancia de palabras para respirar escritura, para captar el sentido poético a través del desencanto productivo de este creador ambulante llamado Charles Serking (excelente Ben Gazzara) en medio de un mundo que se cae a pedazos pero que, paradójicamente, despierta vitalidad. Además, Ferreri logra ser fiel, en todo caso, a una poética sobre la literatura, tan cara a Bukowski como a su idea sobre el cine mismo. Y lo hace con imágenes antes que palabras. Dos escenas servirán como ejemplo de lo anterior.

Un comienzo antológico. Un festival de poesía y de canto. Serking recita frente a un auditorio burlón e incrédulo una sensacional exposición sobre el estilo en un escritor mientras toma de su botella de vino. Cuando termina, retrocede y se sienta en el escenario con otros “colegas artistas” hasta que comienza a escucharse la sufrida voz de un “hippie” anacrónico con su guitarra cantándole al “amor que hace libre al amor”. Serking se levanta y se va. Es suficiente. La secuencia (sin palabras) dice bastante sobre la idea de literatura que se tiene y que aparece reforzada por la propia noción de estilo pregonada unos minutos antes: es el estilo el que determina la validez de una obra y no su academicismo impostado. Por otra parte, la libertad no pasa por cantarle al amor, sino por sacar de las entrañas mismas de la realidad cotidiana la fuerza motriz de la experiencia poética. Es por ello que veremos a Serking deambular por una ciudad, Los Ángeles, que ya no es la fábrica de sueños de antaño, sino el resabio de una época dorada donde los artificios del estrellato han sido reemplazados por chulos, putas e indigentes que también son parte legítima de fantasías entretenidas. En este sentido, Cass, la prostituta interpretada por Ornella Muti, “ese ángel convertida en puta”, es la protagonista de otra idea de historia de amor que no puede concluir más que en la muerte. Aquí, la visión de Los Ángeles se filtra en la mirada que el propio director efectúa sobre el estado del cine americano en la incipiente década del ochenta a partir de esos cuartos sucios, paredones descascarados y calles desoladas, es decir, el lado oscuro de Hollywood o su cara luminosa.

La otra escena juega en el mismo sentido. Serking es solicitado desde Nueva York para trabajar profesionalmente en una especie de corporación capitalista cuyo fundamento es el confort para escribir. El primer día allí será el último: totalmente borracho camina por los pasillos de una sala compuesta por varios compartimentos donde diversos individuos teclean mecánicamente. Pese al colorido verde del ambiente y al aire puro, uno se da cuenta de que no hay vida allí. La reacción de Serking es lógica: se sienta, saca sus papeles abollados, toma un sorbo de cerveza y arroja la lata contra sus colegas.

La fuerza que transmite la secuencia echa por tierra la idea de la profesionalización del escritor, a la manera de un autómata o un oficinista. El protagonista elegirá huir de ese mundo para internarse una vez más en la autenticidad de los locos urbanos, del sexo con mujeres gordas, carnales (una ofrenda de Ferreri al ideal renacentista del cuerpo), lejos de la hipocresía del mercado. En otro momento, Cass le preguntará si está trabajando mientras escribe, a lo que Serking responderá: “¿Trabajar? Yo nunca trabajo.”

Lo interesante es que, más allá de la conexión con la literatura de Bukowski, Ferreri introduce sus propias ideas sobre un modelo de espectador, a saber, activo y crítico, capaz también de arrojar algo por la cabeza a quien sea parte cómplice de un mundo que ha generado con sus corporaciones la alienación urbana, la soledad y la insatisfacción. Nada mejor, entonces, que recuperar de la literatura y festejar con el cine una moral perturbadora del “buen gusto” a través de la celebración de la carne y del exceso como una potencia crítica del salvaje capitalismo. En este punto, la figura de Serking (Bukowski) se puede relacionar con la de Burroughs cuya moral es la de un adicto lúcido. Ambos autores ven derrumbarse a individuos controlados por el mercado y a ello le contraponen una vida intensa, de escritura explosiva. Lo mismo puede decirse de la filmografía del propio Ferreri con sus comilonas, rituales excéntricos  y personajes al límite.

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